Uno de los temas que más controversia ha generado, desde la composición del gabinete para el segundo período del presidente Santos, ha sido la designación de Gabriel Vallejo para coordinar la política ambiental del país, desde un ministerio que -en la práctica- ha tenido al menos cuatro versiones distintas desde su establecimiento dos décadas atrás. El mensaje que transmitía el presidente Santos con su designación es quizá el mismo que ha llegado con los ministros de los últimos diez o doce años: que dicho ministerio, al lado de otros cuantos, es de los que admite representación por parte de una persona con habilidad política, aunque no sea reconocida por la suficiencia técnica y formación académica rigurosa en el ramo que lidera. Algo así no ocurre con ministerios como Hacienda o Justicia.
Ahora bien, hay una importante distancia entre reconocer que el ministro (y varios de quienes lo han antecedido) no es reconocido por su trayectoria en el sector, y asegurar que no tiene capacidades para afrontar el reto. En mi opinión, señalarlo como el "Ministro del Servicio al Cliente" es más que una irrespetuosa ligereza. Pero en el mismo error están cayendo algunos funcionarios del gobierno y ciertos columnistas, cuando quizá pretendiendo defender la decisión del presidente Santos y la temprana gestión del ministro Vallejo, señalan a todos quienes cuestionan las decisiones recientes de "Ambientalistas Radicales". El último de los señalados es precisamente uno de los más destacados exministros de ambiente, Manuel Rodríguez Becerra, quien no ha ocultado su desengaño, pero tampoco merece ser puesto en el extremo de la calificación ligera e irrespetuosa.
Hay quienes se "visten" de verde, en virtud de sus convicciones, y otros lo hacen de otros colores, como expresión de su filiación partidista, pero en realidad, en los grupos de todos los colores abundan quienes ven la realidad únicamente en blanco y negro, y le confieren claridad absoluta a quienes se identifican con sus ideas, y oscuridad total a quienes no las representan. Así hemos vivido como sociedad, matándonos por los colores que vestimos y negando cualquier posibilidad de encuentro y construcción colectiva.
Señalar de "radicales" a quienes cuestionan las decisiones del gobierno es tan insolente como prejuzgar y tildar de incapaces a quienes hoy son sus funcionarios. Pero lo que más preocupa no es cómo se llamen unos a otros. Lo medular está en el escaso aporte que representa la crítica polarizada frente al deterioro ambiental evidente, la escasa cultura de cuidado y conservación, el empobrecimiento del entorno natural que ahonda la pobreza de los hogares, y el desbalance entre criterios ambientales, sociales, económicos y políticos.
Quienes disparan descréditos desde la comodidad de sus cargos o sus espacios en medios, solo abonan terreno para la desesperanza. Mejor harían si propiciaran encuentros entre quienes piensan distinto, pero sin duda se pueden encontrar en "lo fundamental". Muy bien le vendría al país que algunos de los exministros de ambiente de los noventa, de corte más ambientalista, se sentaran a discutir y construir políticas con los del actual siglo, que son más "desarrollistas". Los primeros nunca desconocieron la necesidad de generar crecimiento económico para tener un país socialmente viable, y los segundos siempre han sabido de los límites políticos y éticos que el desarrollo debe tener para no comprometer la vida de las generaciones futuras.
La naturaleza misma muestra que casi nada en la vida se mueve en los extremos del blanco y el negro.
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