Alguna vez le preguntaron a Charles Darwin a qué atribuía sus extraordinarios logros científicos.
El investigador inglés era un ser muy modesto, no se creía superior a otros y afirmó sereno:
“Mis hallazgos se deben a una gran capacidad de observación y a mi fascinación casi infantil por la naturaleza.
También a un trabajo metódico, una mente abierta, mucha reflexión, paciencia y laboriosidad”.
Lo curioso en que sus maestros en la escuela lo veían como “un niño por debajo del estándar común en su intelecto”.
Darwin perdió a su madre a los ocho años y a esa edad era ya un enamorado de la naturaleza.
A los 20 años era un explorador en el buque Beagle y a los 40, en 1859, publicó El origen de las especies.
Igual que en otros “genios” sus logros eran más un fruto de la transpiración que de la inspiración.
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