No tienes que luchar con los miedos y la angustia si tienes una fe poderosa en Dios y en ti mismo.
La fe es confiar en la continua presencia del Señor y estar seguro de que Él siempre te acompaña y te cuida.
Es amarlo con toda el alma y dejarte guiar por su Espíritu, aunque estés en el desierto a punto de desfallecer.
No cuesta nada creer cuando reina la calma y por eso la hondura de la fe se prueba en medio del cataclismo.
Si tu fe es fuerte no la pierdes enfermo o secuestrado, preso o en bancarrota, porque sabes que todo eso es pasajero y material.
Jesús siempre les decía a sus discípulos que eran hombres de poca fe cuando sucumbían al desaliento y las dudas.
Nutre, entonces tu fe, con la oración asidua, las buenas obras, la espiritualidad y las buenas compañías.
Recuerda que la fe se mueve más en el espacio del corazón que en el de la lógica y la razón. Creces más si amas mucho, no si piensas mucho.
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