En 1818 el humilde y poco letrado sacerdote Juan María Vianney fue destinado a la pequeña y desconocida aldea de Ars, a 35 kilómetros de Lyon.
De camino a la aldea era tanta la niebla que se extravió, vio unos niños pastores, les preguntó el camino a Ars y uno de los chavales se lo indicó.
Amiguito -díjole el Rvdo. Vianney-, tú me has mostrado el camino de Ars y yo te mostraré el camino del cielo. Y así fue.
Realizó con amor, bondad y sencillez una misión increíble; pasó a la historia como el Santo Cura de Ars. Presentía lo que les pasaba a las personas.
Ya al final de su vida iban tantas multitudes a escucharlo o verse con él que el gobierno tuvo que construir una línea férrea para llegar a Ars.
Sebastián Germain fue su acólito de niño y, en julio de 1859, fue a visitarlo El santo Juan María, antes de que le explicase el motivo de su visita, le dijo:
- Toma cuatro rosarios para tus hijos.
- Pero señor cura, yo solo tengo tres hijos.
- Así es, el cuarto será para tu hija.
Al año siguiente, nacía la pequeña María que llenó de alegría el hogar. Nota: como él hay infinidad de buenos sacerdotes.
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