Cuando decimos que la Feria de Manizales es un momento de excepción, no es solo porque se pueden hacer cosas prohibidas, es también porque posibilita la exacerbación de lo que somos. Un caso es la forma como se profundiza la vocación de las calles: servir a los rituales del carro.
Durante todo el año, los carros ocupan de manera desmedida el espacio público, lo privatizan, lo convierten en un pedazo exclusivo para el dueño que abusa del territorio. La Feria no es más que el momento para exacerbar los rituales del carro y entregar las calles aún más.
El sábado, en su columna, Luis Fernando Acebedo explicó cómo la Feria de Manizales es un no-lugar de excepción. Recordó que en esa semana el espacio público se privatiza, sirve para el consumo y para los intereses de los negocios. Deja de aprovecharse para el goce público como ciudadanos, para la relación con el otro que es diferente y para la construcción identitaria de la comunidad.
La Feria funciona como un carnaval que, de un lado, trastoca valores sociales y permite lo prohibido. Pero por otro lado exagera y hace explícito lo que ya existe disimuladamente, lo que ya está ahí, latente. En términos de espacio público, en la Feria no solo se puede hacer lo que cotidianamente está prohibido allí, sino que también se hace más evidente lo que ya venimos siendo en la calle, en silencio, como si fuera normal.
Es verdad, en la Feria los carros se toman la ciudad. En todos los eventos (especialmente en la feria artesanal) los carros se desbordan, exceden los parqueaderos privados y se toman la avenida y los lotes aledaños. Sin embargo, no se puede desconocer que los carros ya vienen tomándose la ciudad desde antes. ¿Han notado todos los días los espacios públicos de Palermo, Milán, El Cable y La Estrella? Son los rituales del carro que se toman las calles. En la Feria, los conductores abusan del espacio de todos y parquean en cualquier parte, pero no es más que un una forma de ser cotidiana que se hace más explícita por esos días.
Un vehículo familiar puede llegar a medir 1,87 metros de ancho por 4,97 de largo, es decir que pueden llegar a ocupar 9,29 metros cuadrados de la superficie del espacio público. Solo cinco de estos vehículos estacionados llegan a ocupar 46,45 metros cuadrados. Un vehículo SUV compacto, que solemos llamar camperos o camionetas –tan comunes en nuestra ciudad– pueden llegar a medir 1,89 metros de ancho y por 4,73 de largo, es decir 8.99 metros cuadrados. Cinco de estos vehículo estacionados 44,7 metros cuadrados de espacio público. Todo este espacio está privatizado, apropiado por dueños que se toman el pedazo de ciudad hasta el punto de hacernos creer al resto que es normal, permitido, deseable.
¿Cuánto de este espacio podría estar siendo aprovechado para un espacio público que sea público, de encuentro colectivo, de relación con el otro diferente, de construcción cultural, de búsqueda de identidades urbanas? Todos los días, en el parque de La Gotera de la Universidad de Caldas pueden llegar a estacionarse alrededor de 50 carros, o más. Estamos hablando de 464,5 metros cuadrados si son carros familiares, o de 449,5 metros cuadrados si son camperos. Un espacio que esos 50 conductores se apropian todos los días y que el resto perdemos todos los días. El agravante es que este espacio es un espacio público universitario que debería estar sirviendo de encuentro de la academia y la cultura, y no como protección para los rituales del carro.
La gestión de parqueaderos debe estar encaminada al desincentivo del uso carro y a la potenciación de otros sistemas de transporte, especialmente el público y colectivo. Ser permisivos con el estacionamiento en las vías y parques es sostener una política que desconoce la importancia del espacio público para otros valores urbanos diferentes a la movilidad y la propiedad privada. Valores que además son más urgentes en una sociedad que todos los días busca reponerse de la violencia, del individualismo y de la falta de metas colectivas.
La Feria nos justifica. Sirve para convencernos de que la cotidianidad de los rituales del carro nunca será el caos de esa semana, pero mentimos, de a poco somos ese caos dentro del supuesto orden de todos los días. “(…) en el caos se inicia el perfeccionamiento del orden”, escribió Carlos Monsiváis en el prólogo de su libro Los rituales del caos.
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