Algunos promotores del No en el plebiscito tienen miedo. Lo grave es que quieren contagiarnos. ¿Cuál es el miedo?
Hay miedo a las alturas, a las serpientes, a las arañas, a las puntas filosas, a la oscuridad, al agua, al fuego, al encierro, a los aviones, a los camiones, a los trenes, a los ascensores. Hay ablutofobia, autofobia, bacilofobia, bufonofobia, cacofobia, cronofobia, demofobia, dextrofobia, emetofobia, eufobia, fasmofobia, fotofobia, genofobia, grafofobia, selafobia, sofofobia, tafofobia, teofobia, uranofobia, urofobia, vicafobia, vitricofobia, xerofobia, xirofobia, zelofobia, zemifobia. Pero ningún otro miedo genera tanto impacto en la sociedad como el miedo a los monstruos del futuro. A nada le tememos en colectivo como al fin del mundo, al apocalipsis, al final de los tiempos, al juicio final. A todo aquello que siempre está por venir, pero nada que llega.
Ese miedo al futuro tenebroso que no llega ha definido a los Estados modernos. Así se han edificado los ejércitos que los protegen; así se han inventado las guerras que los maduran. El miedo a los bárbaros que ya están en la puerta, a los vecinos que ya casi nos invaden, a los diversos que vendrán a convertirnos, a los negros o a los blancos que planean violentarnos, a los terroristas que quieren destruirnos. Así, con la idea de que siempre algo peor está por venir, se justifican todas las medidas de seguridad. Con tal de evitarlo, de que no llegue, para salvarnos, por precaución. Se justifican las restricciones más severas a la libertad, se le encuentran razones al abuso de la autoridad, a la guerra se le pone cara de progreso y se visten de héroes a los guerreros.
Ese es el miedo que buscan contagiar algunos del No. Le ponen nombres al futuro terrorífico. Lo llaman “castrochavismo”, “entrega del país a las Farc”, “llegada del comunismo”, “socialismo del siglo XXI”, “venezolanización de Colombia” monstruo, monstruo, terror, terror. Dicen que más adelante todos se volverán criminales buscando los beneficios de un Estado débil, dicen que más adelante nuestros hijos recibirán el mensaje de que el crimen sí paga. Inventan el monstruo del futuro con cada nombre que le ponen, quieren que creamos que existe, todo para justificar en el presente una justicia severa que retribuya maldad a los malos, y unos ejércitos y unas armas que contengan la diferencia política. Desde ya, antes de que sea tarde.
El truco está en que el monstruo nunca llega -no al menos en la forma en que se lo inventan- pero sí hay que atacarlo desde antes. Porque quién quita, uno nunca sabe, es mejor prevenir. Mejor votar No. Y si alguien no lo hace, desde ya se le puede acusar de traidor, de descuidado, así el monstruo no llegue: es que ante la inminencia del mal nadie debería quedarse quieto, dicen. Entonces invitan a no caer en el letargo, en el empalagamiento, y asumen que votar por el No es un compromiso serio con el país, porque así no aseguremos que el mal va a llegar, al menos estamos seguros de que puede no llegar. Puede, puede, puede, usted qué sabe.
Y el truco funciona, es difícil de deshacer. ¿Los demás cómo rebatimos algo que no existe aún? Algo que apenas es realidad como posibilidad, como hipótesis sin resolución, como supuesto de que en Colombia toda la realidad venezolana puede ser calcada. Lo único que queda es comprender que si votamos No, el monstruo no llega, y si no lo hacemos, tampoco llega, solo sigue en veremos.
Lo que no se puede desconocer es que la campaña del Sí también ha estado tentada a usar el miedo como estrategia de campaña. Hablan de la toma de las ciudades, del recrudecimiento de la guerra, de la sin salida que vendría si no nos volcamos al Sí.
Los ciudadanos que estamos intentando votar el plebiscito en la máxima libertad posible, sea por Sí o por el No, queremos desatarnos del miedo. La respuesta es torcerle el cuello al monstruo. Asumir que no está escondido en el futuro mientras vivimos un presente pleno. Ver que lo tenebroso ya está aquí, en el día a día, está en cada hora con la que nos jugamos el espacio y las palabras con los demás, con el diferente, con el contendor. Que el miedo no debería ser para evitar un futuro trágico, sino para no dejar desentir ese vacío en el estómago cada que el presente nos reta para seguir juntos.
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