Todo tiempo tiene sus frustraciones y angustias, pero también logros y alegrías. El momento actual reúne los dos campos. Si apreciamos en mayor grado el segundo que el primero, será más factible ascender en términos de humanidad o, lo que es lo mismo, en ‘desarrollo humano’. Este propósito se lograría apelando a la historia, por medio del estudio de la vida y la obra de personalidades y escuelas significativas. Es decir, a los clásicos de todas las culturas, entendidos como aquellas fuentes propiciadoras de interpretaciones variadas pero con una línea conductora, en formulación de cualidades trascendentes. Deseable con un sentido laico, ajeno a religiones e ideologías, pero sí con respeto a ellas.
En el segundo semestre académico de 2016 me ocupé en la “Cátedra Aleph” de estudiar a Sócrates (469-399 a.C.), en especial su “Defensa”, la que hizo al ser acusado de creer en otros dioses y de pervertir a la juventud, lo que le llevó a la muerte injusta con la cicuta, después de haber dedicado su vida a que los ciudadanos aprendiesen a conocerse y a ser mejores. Su condición de serenidad y de reflexión, con prueba hasta el último instante de su vida, consagró métodos de la mayéutica y la dialéctica, de reivindicar. En este primer semestre de 2017 trataré a Confucio (551-479 a.C.), otro referente de similares 25 siglos atrás, con examen en lo vigente de su pensamiento contenido en la obra que se recogió de él bajo el nombre de “Analectas”, especie de normas para un buen gobierno y para una vida de conducta sana.
Elías Canetti lo dijo: “Las‘ Analectas’ de Confucio constituyen el retrato intelectual y espiritual más antiguo y completo de un hombre. Nos sorprende como si fuera un libro moderno”. Fue contemporáneo de los profetas Ezequiel y Daniel, de Buda, de Solón y Pitágoras. Todavía joven conoció e indagó al anciano sabio Lao-Tse. Estudió las obras fundamentales del pasado en historia, poesía, tradiciones, ritos y pensamiento, en especial el “I Ching” o ‘Libro de las mutaciones’. De cincuenta y un años ocupó cargo público, especie de gobernante en la ciudad de Chung-Tu, reconocido como administrador de ejemplo, pacificador y con ejercicio recto de la justicia; antes fue maestro de escuela. Confucio amó la educación, bajo el alcance de estimular la formación del ‘ser’ y no la ambición de ‘poseer’, pero su dedicación mayor fue la política, en el sentido de aspirar a conseguir una sociedad justa, para lo cual contó con asesores de alta calificación en diversos campos, pero sus propuestas no calaron en la sociedad de su tiempo. Pretendió que el pueblo tuviese acceso a la educación y por intermedio de ella a la sabiduría. Miró con desdén lo militar y en contraste fortaleció la conducta civilista.
Su fracaso político, puesto que fue destituido por los poderosos del cargo de primer magistrado de Chung-Tu, a pesar de su reconocida eficiencia, tuvo compensación con la claridad y el acierto descubiertos por siglos en su obra. Para Confucio la política era una prolongación de la ética, sin interés mayor que el bien común, con la idea de establecer gobiernos caracterizados por la rectitud. Y si se consigue que las personas integrantes de la sociedad adquieran buenas costumbres, las disposiciones legales que la rijan tendrían gran sencillez. Confucio tuvo como elementos sustantivos la virtud, la benevolencia, la sinceridad y el arte, con la ambición de encontrar el justo medio. Camino de establecer condiciones favorables para la comprensión entre las personas, las colectividades, las ideas y entre las naciones, a la manera de un ideal humanitario y humanístico. Comprensión y respeto en las diferencias.
Confucio, semejante a Sócrates, se preocupó por dialogar con la gente y de esta manera hacer surgir a los más inteligentes y comprometidos en las cualidades esenciales para conducir de mejor manera los asuntos públicos, con sentido pionero de un ‘estado social’. Razón y armonía fueron objetivos de sus empeños por formar personas para superación de la sociedad, con ejercicio de conductas de rectitud, sin trampas ni sobornos, con manejo pulcro de los recursos del Estado, ante todo convalidando lo predicado con la estricta conducta personal, a la manera de virtud práctica. Ducho en la relación con los reyes y príncipes de la época, pero también con el pueblo, a favor de la relación armónica, con la convicción de ser el Estado un asunto del pueblo y no de los gobernantes.
Continuador de Confucio fue Mencio (372-289 a.C.). La República de China hoy promueve el conocimiento del pensamiento de Confucio, después de haber sido ocultado y se han establecido Institutos Confucio en Latinoamérica, con tres en Colombia, y en proximidad en la Universidad de Caldas. Deseable que sean escuelas de pensamiento para formar nuevas generaciones en la armonía y la rectitud, con sentimientos de bondad hacia los semejantes.
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