“Esperar desespera”, reza el dicho, pero la espera es una cualidad de no sustituirse. Tiene la raíz de la esperanza. Esperar es tener esperanza, es disponer de alicientes para momentos que siguen. El futuro es incierto, pero puede mirarse con cautela y labor, con base en los pasos dados, por riesgosos que hayan sido. La vida sorprende a cada instante, con alegrías y sollozos. De retener en la memoria o de olvidar. Por dramático que sea el acontecer, mientras haya vida habrá esperanza. Quien vive solo del instante, no guarda espera, así esté convocado para un encuentro grato al día siguiente.
Lo anterior nos lleva a pensar en el optimismo y el pesimismo, o en la simple indiferencia. En lo primero está implícita la esperanza; en lo segundo, la idea de lo que vendrá será peor. Y se es indiferente al no sentir interés ni por lo uno ni por lo otro: todo da igual. El escéptico más bien espera sin muchas ilusiones, pero con el sentido de esforzarse y aceptar lo venidero, lo que resulte.
Cuando se trata de asuntos colectivos o públicos, el tema toma trascendencia, por la manera como ciertas actitudes pueden tener asidero en la gente. De ahí la responsabilidad de la dirigencia. Las palabras soltadas con ligereza por los medios, de parte de un gobernante, o de una persona con ascendencia de opinión, tienen su impacto, y pueden contrarrestar acciones bienhechoras, o acentuar desconfianza, o descrédito. Y movilizaciones contraproducentes. Formar dirigentes debe ser un propósito de la Educación, en especial de la Universidad, atemperando comportamientos, con acento en la capacidad de argumentar, de razonar, con información valedera, y no por el simple parecer. También con base en la honestidad, en la honradez. Formación que debe tener énfasis en el respeto a las diferencias, y en la actitud de confrontarse unos con otros, para buscar en común campos donde se pueda actuar juntos, con beneficio comunitario. Son cuestiones de permanente interés y de largo alcance. En cualquier profesión la persona adquiere destrezas para actuar con otros, y tanto mejor si tiene la disposición de construir de manera compartida. Efectos que suman, cortando camino a las confrontaciones inútiles, y a la polarización que crea distancias insolubles.
Por antagónicas que sean las posiciones siempre habrá posibilidad de discernir sobre la naturaleza de las diferencias, los aspectos medulares de ellas, y de seguro con el diálogo y debate limpio se encontrarán fórmulas de convergencia para actuar de manera congregada por el interés general. El caso extremo se presenta con las guerras. Guerras que producen muertes y más muertes, desolación, desplazamientos, ruindades... Existen desde siempre.
Basta mirar, por ejemplo, las que se sucedieron en la conformación de la antigua Grecia, con campañas incendiarias y de destrucción total en los campos enemigos. Pero se consiguió período de cierta estabilidad al surgir formas de pensamiento favorables al examen libre de los problemas, y el aprecio por la belleza en la naturaleza y en las expresiones del arte. La conjunción de pensamiento y arte integró opciones de modelar una mejor sociedad, participativa, con instituciones respetables, en busca de la verdad y del bienestar. Se hizo patente el interés por saber cuál es el sentido de nuestra presencia en el mundo y qué cosas son importantes.
En Colombia, con una tradición dolorosa de violencia, de guerras, de injusticias, se intenta aclimatar formas de diálogo entre las fuerzas opuestas, entre combatientes, para construir espacio de pensamiento y acción donde podamos caber todos, bajo el interés de forjar caminos hacia una sociedad con equidad progresiva, con educación, trabajo, salud. La justicia social, un emblema de compromiso. Los debates son inagotables, y desde las partes involucradas tiene que cederse en interpretaciones de sociedad, en maneras de alcanzar
objetivos viables y duraderos. Nada fácil, pero se han cumplido propósitos encomiables. En ambos lados hay personas de alta formación, con capacidad de razonamiento y debate, identificando los desacuerdos sin necesidad de matar al otro, hacia el encuentro de ese anhelado espacio de coexistencia laboriosa, en las diferencias.
El científico y pensador Moisés Wasserman dijo en un “tuit”: “La intensa furia contra todo, con la que vive mucha gente, se ha convertido en la base del éxito de los populistas de derecha e izquierda”. Actitud que no deja conciliar. Es imperativo congregar voluntades en el compromiso de terminar la confrontación armada e integrar a los insurrectos a la sociedad, con oportunidades de educación y trabajo, para una vida digna. Las universidades deberían emprender una sostenida e intensa pedagogía social para aclimatar la serena reflexión, con respeto en las diferencias, y para asimilar el proceso de diálogo, hacia acuerdos duraderos que abran horizonte a la anhelada paz, por la equidad con justicia, el bienestar y la felicidad.
Esperar con solidario compromiso, serio, argumental, laborioso, y participación multiplicadora, es esperanza asegurada.
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