Piedra sobre piedra en el camino del ángel, hacia un cielo de luces y tinieblas, con premisas de merodeo por recovecos de ciudad anclada en tiempos de historia desvanecida. Siglos fijados con pátina sobre arqueologías de leyenda que transitan por la mano de generaciones. Antes fue el sendero de la gloria, luego la travesía de las guerras y conquistas, ahora la quietud en el silencio enigmático de la piedra.
Carlomagno vive en la ciudad después de tantos siglos con la solemnidad de efigie en las plazas y vitrinas del pan. Carlomagno ya no pregunta nada ni por nadie. El mausoleo de la vida lo volvió rito y mito ante la mirada de los visitantes. Su rostro no devela las conquistas de Italia-Hungría-Austria, como audaz guerrero de la Germanía.
Carlomagno reposa en esta ciudad con las señales de Aix-la-Chapelle, Aquisgrán, Aachen, Aquisgranum. Estatuas de bronce y piedra encandilan senderos con los siglos al hacer de realidades un recuerdo estático. Y los caminos miran en lo oculto las sombras de los papas Adriano I y León III sin la posibilidad de apreciar sus gestos complacientes.
Entramado de calles en la ciudad de Carlomagno reproduce el sabor de las cosas gratas en ese ir y venir con los suspiros al aire. La gente especula en sus pasos con la gracia de los destinos ya realizados. Migrantes conformes con el sabor de los días pululan en apreciaciones del desgano. Empeños transitorios lucen en las fachadas históricas con silencio de rendición de cuentas a Carlomagno en el lenguaje de las flores.
Extinta la voz por las calles la luz enciende los recuerdos de migrantes en busca de acomodo, en la ciudad sin ínfulas, regazo de visitantes y peregrinos, consternación del aire y estatuaria fija en un pasado desprovisto de rencores. La ciudad es un cúmulo de sueños despojados de aire y tierra, con el padecimiento del para qué entre rostros dispares. El día se enciende con luz de aire frío y las tardes se empecinan en cantar las glorias de catedrales y mausoleos. En los claustros de la academia los oficiantes buscadores de ideas descubren el recelo en la conquista del saber. Rutinas escampadas en el solariego lugar graban imágenes de aurora y crepúsculo con paréntesis de horas que marcan el ritmo del trabajo para la generación de elementos.
Las calles con el tejido de ondulaciones y juegos curvilíneos dan albergue amable a motoristas, ciclistas y peatones, con la mirada puesta en el bien ajeno. Horas entre días hacen multitudinaria la presencia variopinta en lenguas, colores de piel, facciones y porte. El devenir hace visible el pasado con hitos arqueológicos y muros enunciados por la piedra de milenario origen, que da al aire de ciudad un añejamiento vitalizador. Algo se respira de inquietud con la flor del sosiego. Será lo circunspecto del paisaje o la rutina endeble de las miradas. O el ocaso casi siempre gris que hace más notoria la celebración de crepúsculos ocasionales, saturados de rosado encendido que la atmósfera le arrebata a la aurora, en medio del repique de campanas, con la solemnidad de música de órgano tubular en la Catedral, donde reposa el espíritu del guerrero y la aureola de rituales monoteístas.
La ciudad cobra distancia con cumbres lejanas y hace vida de familia con arboledas dispuestas a declinar en el verde multicolor hacia el ocre de evolución rápida y consternada. El tapiz de la ciudad en el Otoño aviva sentimientos de condescendencia con el universo poblado de enigmas. La ciudad recorre sueños y delirios en medio de la indiferencia saludable de los árboles y de las piedras fragmentadas, fijas, indelebles, en andenes, calles y en los muros.
De por medio la sonrisa fresca de Leni al despertar, al comer, al juguetear con Nala, con el oso afelpado o con los cuentos de Pombo. Leni nos mira con indagación y la pronta sonrisa rompe el hielo. Niña de ojos indagadores en la prematura inquietud por conocer. El ser del mundo emerge en su mirada con la sensación del primer día de la creación. El titubeante caminar de Leni desafía las leyes de la estabilidad y escapa de improviso a las manos que a tientas tratan de darle protección y amparo.
Los días pasan y el esperado encuentro revive la noción de lo fugaz del tiempo. Sucesión de encuentros para la placidez con la inquietud del destino, aflora luz en la piel del espíritu. Crepúsculos de contraste dan de pronto escenas jaspeadas de rosado y al llegar la noche el recuerdo hace de las horas la compañía feliz en lo que huye, como la ventisca acerada en las vidrieras. Leni no parece despedirse, quizá siente que otro día será igual que el anterior, en medio del consuelo que inspiran los árboles mudos y los muros de piedra inmóviles por los siglos. El adiós es un roce de ojos húmedos transpirados por palabras mudas.
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