Doscientos treinta y nueve hombres zarpan el 22 de septiembre de Sanlúcar de Barrameda, en la flota capitaneada por el portugués Hernando de Magallanes, para dar la vuelta al mundo en búsqueda de la vía occidental hacia las Islas Malucas, codiciadas entonces por la producción de especias. Tres años después, el 6 de septiembre de 1522, regresa a Sanlúcar solo uno de los barcos con dieciocho marineros, hambrientos y enfermos, entre los cuales se encuentra Antonio Pigafetta.
Del Cano y otros subordinados entregan fragmentos de diarios pertenecientes a los fallecidos, y los suyos, a las autoridades de la corona española, entonces regentada por Carlos V, pero Pigafetta, deseoso de quedar en la posteridad, prefiere guardarse para sí sus minuciosos apuntes de viaje y preparar una memoria que entregaría a Carlos V, al rey de Portugal, al papa, a la madre regente de Francisco I en Francia y al Caballero de Rodas. Dichos originales, escritos en letra cancilleresca e ilustrados con mapas, se perdieron hasta cuando Carlos Amoretti descubre y traduce un original completo, con el vocabulario recogido por Pigafetta y lo publica para desmentir las pésimas condensaciones y traducciones que circulaban entonces en detrimento de la “posteridad” del oriundo de Vicenza.
Cruzan el Atlántico y llegan a la Tierra de Verzino (Brasil), en donde los indígenas dan por un rey de oros seis gallinas “y aun se imaginaban haber hecho un gran negocio”. Después bordean el cono sur y por la Patagonia, entre la fría soledad austral, observan a un gigante que irrumpe en la playa y comienza a danzar y a echarse tierra en la cabeza, señalando con el dedo índice hacia el cielo como indicación que los creía provenientes de allí. Después de varias peripecias logran capturar dos patagones, pintados y de extrañas vestimentas, que morirían luego por causa de las inclemencias y las enfermedades. Pigafetta logra hacer un pequeño vocabulario, preguntándole al gigante el nombre de las cosas o el de sus recuerdos y nostalgias.
Descubren el estrecho deseado, que después llevaría el nombre del portugués, y en esos parajes llenos de pingüinos y de lejanas montañas nevadas, un capitán, un veedor, un contador y un tesorero fraguan una traición que pronto sofoca Magallanes, descuartizando, apuñalando y abandonando sobre la inclemente Patagonia a otros sediciosos. Se inicia allí una de las partes más azarosas del viaje, que es cruzar el Pacífico durante meses sin hallar islas. Sufren lo indecible, mueren de hambre y escorbuto muchos marineros y los patagones invitados. Cruzan el mar en aventura interminable, desembocando en el archipiélago codiciado. Lo que hoy es Borneo, Java, Filipinas y sus islas adyacentes, preciosas porque allí se producían las especies que desintegraron a la larga las rígidas estructuras económicas del “feudalismo” europeo, abren sus puertas a los navegantes.
Magallanes es descrito por Pigafetta como un hombre bueno y hábil, dispuesto a difundir la religión cristiana, asunto que a la postre lo llevaría a la muerte. Aliado a uno de aquellos reyes, decide ayudarle a diezmar una tribu enemiga confiando en los arcabuces y las armaduras, con tal suerte que los salvajes triunfan y en la huida una flecha cae sobre su frente. Los salvajes se levantan entonces sobre el intrépido y lo terminan sin que pudieran recuperar el cadáver sus súbditos.
Pigafetta permanece inmune a las luchas por el poder, causante ya de tantos muertos, y a las inclemencias del tiempo y del virus. Fríamente, sin juicios de valor ni emocionados relatos, el hombre de Vicenza nos lega un documento invaluable y mágico sobre el descubrimiento de la tierra, las reacciones de un hombre frente a seres y culturas desconocidas. Puede decirse, sin lugar a dudas, que Pigafetta, a diferencia de tantos otros bárbaros conquistadores gachupines o no, tuvo fe en esos seres, e interés por observarlos más allá de sus exóticas costumbres. El vocabulario es una de las pruebas de su interés, y si bien no fue filólogo, botánico o escritor, logró quedar identificado para las glorias del futuro.
En esa travesía por el cabo de la Buena Esperanza, Pigafetta describe de nuevo la enfermedad, las tempestades y el riesgo permanente de la muerte. Dice que cuando lanzan al mar los innumerables cadáveres de sus compañeros, notan que los cristianos quedan boca arriba y los indios que llevaban como “muestras”, boca abajo; y así, al cabo de meses, regresan a Sanlúcar como sombras de la primera gran aventura terráquea.
Pigafetta visita y cuenta su historia a varios reyes europeos, ungido por el bálsamo de la sobrevivencia. Nacido en Vicenza en 1491, cuando Colón se aprestaba a viajar al desconocido continente de las Indias, muere allí en 1534, después de jurar fidelidad al Caballero de Rodas. Magallanes, Magalhaes o Magellan nace en Oporto en 1470 y muere el 27 de abril de 1521, en Mactan (Filipinas) con la armadura puesta. Decepcionado por falta de incentivos portugueses, renuncia a ser súbdito del rey de Lusitania y propone su misión al de Castilla, “traicionando” así a su patria y provocando la envidia de los españoles, quienes no soportan estar bajo el mando de un portugués.
Medio milenio después, en plena posteridad, nosotros, inimaginados vástagos de aquellos aventureros, abrimos las páginas de Pigafetta para comprendernos más, y descubrir sin sorpresa lo poco que cambiaron desde entonces las cosas en este inmenso globo de sueños y sangre. En aquel remoto siglo, temibles bucaneros y piratas, odiosos tiranos salvajes y civilizados sembraban el terror por mar y tierra. Hoy no es distinto. Acosados por otros arcabuces y novedosos y temibles catapultas, los hijos del futuro debemos agradecer nuestra actual sobrevivencia, no obstante la vida sedentaria y la cobarde decisión de navegar por los libros y no por los mares.
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