Esta semana de nuevo Donald Trump volvió a hacer el show al convocar a una precipitada rueda de prensa en la Casa Blanca para regañar a los periodistas, a quienes acusó de ser unos amargados que tergiversan todo lo que dice y dan una imagen equivocada de él, que es tan buena persona.
Como uno de esos niños malos que en el recreo se disputan con sus compañeros y matonean a los más débiles, el presidente estadounidense daba y quitaba la palabra a su guisa, haciendo referencia a los respectivos medios de prensa con palabras despectivas.
En todas las redacciones de las agencias de noticias y periódicos o en la intimidad de la casa para los interesados en política internacional, se ha vuelto ya costumbre esperar el momento en que el mandatario de la primera potencia mundial habla al mundo para gozar durante una hora de un verdadero y divertido show humorístico.
La forma de hablar, sus gestos, el movimiento de sus manos, sus iras, risas, cambios caóticos de opinión y ocurrencias diversas son una verdadera revolución en los modales que se esperan del presidente de una gran potencia nuclear o de un país cualquiera.
No es el primer histrión en la historia de la política, pues ya desde los tiempos antiguos conocimos a Nerón y a Calígula y en el siglo XX a Hitler y Mussolini y a los africanos Idi Amin Dadá y el Emperador Bokassa. En la actualidad dominan el panorama el joven tirano de Corea del Norte Kim Jong-un y el recién posesionado presidente de Filipinas, un terrorífico personaje de lenguaje procaz y escatológico sin límites que ordenó a sus súbditos el asesinato por la libre miles de personas miserables acusadas de consumir o traficar drogas sin pruebas ni juicio.
Miles de dictadores y personajes payasescos e ignorantes han gobernado en el planeta, tanto en países con tradición como en los llamadas regiones del Tercer mundo, donde el poder lo ejercen los más vivos y corruptos o dinastías familiares ancladas en la tradición del nepotismo y la delincuencia. Pero muchas de sus fechorías tardaban en conocerse debido a la lentitud de las noticias o quedaban en el secreto pues los testigos eran exterminados para que pudieran contar los horrores.
Entre los reyes europeos algunos quedaron en la leyenda como el terrible Enrique VIII, que ejecutaba una tras una a las esposas y mandaba al cadalso a sus colaboradores según los humores del momento. A veces por excepción algunos reyes fueron ilustrados y justos, pero aunque tuviesen buenas intenciones el sistema en el que estaban implantados era una máquina de horrores e injusticias sin nombre. En la ficción, se destaca Sancho Panza, quien no gobernó tan mal la Ínsula Barataria y pasó a la historia como un hombre bueno y justo, ayudado por el sentido común.
Pero con Donald Trump hemos ingresado a una nueva era que probablemente sentará jurisprudencia. El presidente llega directamente a la Casa Blanca desde los estudios de televisión, donde ejercía de presentador del programa de telerrealidad El Aprendiz, observado cada semana por decenas de millones de tele espectadores de todas las edades.
Como los seres humanos de este siglo XXI, pobres o ricos, viven en su mayoría sentados frente de las pantallas de televisión, que constituyen la única diversión posible en una vida vacía de sentido, o pegados a sus teléfonos celulares, la política y el ejercicio del poder han cambiado de dinámica y la democracia ya es solo una vacía palabra para incautos.
El elector domesticado reacciona en la actualidad a las manipulaciones de los expertos en comunicación que en unas horas pueden hacer cambiar los rumbos de la opinión por medio de mentiras, calumnias, escándalos espurios, rumores incomprobables o generando ansiedad, angustia, miedo, a través de las redes sociales, la radio o la televisión.
La población es el conejillo de Indias de sus manipulaciones y el elector un simple zombie que va a las urnas atraído por la melodía del Flautista de Hamelín, sin saber que va directo al precipicio.
Los grandes teóricos y defensores de la democracia pensaban en su utopía que los electores serían convocados a votar con sus cinco sentidos por partidos políticos dotados de claros programas de gobierno y que el personaje que los encarnaba en un momento dado era solo un personaje intercambiable, un ciudadano destacado que volvía al culminar su misión a la vida común y corriente, como los padres fundadores de Estados Unidos. El partido ganador ejercía el poder durante un periodo dado y el derrotado pasaba a la oposición con lealtad y dejaba gobernar.
La democracia sería un cotejo civilizado y leal de programas e ideas, que se aplicaban cíclicamente bajo la supervisión de los poderes y los sabios, según los dictados de la Constitución, y las transmisión de los poderes debía hacerse con serenidad y respeto entre el gobierno saliente y el entrante.
El mundo actual dominado por la televisión, la radio y las redes omnipresentes ha cambiado el juego y las campañas políticas son ahora sangrientas guerras desleales de desinfomación, calumnias, escándalos y gritos, donde por lo regular el más famoso payaso o matón de la TV lleva las de ganar frente a rivales que privilegian el uso de la razón y las ideas. El pueblo no escucha ideas o razones y solo reacciona a los estímulos de los científicos de la manipulación primaria.
Trump, el magnate y estrella de TV, llegó al poder al encender en el pueblo el odio por mexicanos, inmigrantes de todo borde y enemigos exteriores indefinidos que le hacen mal a la patria y al prometer una vaga nueva era de prosperidades infinitas, gracias a un proteccionismo de avestruz rodeado de muros.
Su era abre una época donde los países serán dominados por esas figuras nefastas de la farándula y la plutocracia delincuencial que inspiran a unas amplias mayorías empobrecidas y fanatizadas por iglesias y medios. Las ideas y la razón que durante un tiempo parecieron venir para quedarse pueden decir adiós por ahora, mientras el mundo se hunde en un caos peligroso donde todo y hasta lo peor puede volver a ocurrir como en los tiempos de Hitler y Mussolini.
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