Nos invadió la marimba, maracachafa, cannabis, marihuana o como llamen esa maldita aunque reconocida droga ilegal (con el perdón de sus soterrados dependientes) que tan maluco huele y que está acabando cada día con nuestros frágiles adolescentes y jóvenes, aunque también con muchos adultos, ya entrados en años, que la consumen sin el menor recato. Es más, todavía hay quienes insisten en que se trata de una yerba que no hace daño y que, por el contrario, tiene facultades medicinales. Quizá sí las tenga, como tantas medicinas que matan lentamente. ¡Válgame Dios!
Hoy adonde vayamos o por donde recorramos Manizales (Villamaría, Chinchiná, Anserma, Riosucio y La Dorada también) huele a marihuana. Ir a un parque infantil o a una zona deportiva parece la llegada a un centro aromático en honor al fallecido rey del reggae Bob Marley, o al compositor argentino Charly García, para no hablar de otros excéntricos famosos como el joven canadiense Justin Bieber, o las actrices internacionales Lindsay Lohan o Cameron Díaz, declarados consumidores de esta y otros letales alucinógenos.
Ir al Parque de Faneón, al velódromo de la Universidad de Caldas, al Parque La Gotera, a las canchas de Chipre (detrás del Monumento a los Colonizadores), al Parque El Arenillo, a la maya que separa La Enea del aeropuerto La Nubia y al mismo Bosque Popular El Prado, a los ecoparques, o dar un paseo por algunos sitios caracterizados como miradores de la ciudad, es asistir, para quienes no somos consumidores de cannabis, a una traba casi fija, o por lo menos asustarnos al ver tanto marimbero. Entre tanto obreros, taxistas, motociclistas y universitarios, andan sin pena con su ‘cacho’ o ‘porro’ encendido o se paran a los ojos de todos a armarlo.
Y eso que aquí no hago referencia a tantas canchas múltiples, peladeros o espacios en los que se juega fútbol en barrios populares o en sectores socioeconómicos altos, donde la cotidianidad es ver grupos de jóvenes (hombres y mujeres) que se reúnen al calor de un ‘bareto’ o ‘porro’, grande mediano o pequeño según el número de drogos, para calmar su deseo de viajar por extraños mundos, que es como describen muchos consumidores lo que les produce fumarse la ‘marihuanita’, llamada así cariñosamente como para hacerla ver indefensa.
Pero esto ya se salió de madres. Aquí no hay como controlar una adicción creciente que cada vez suma más consumidores y a su vez más jóvenes, es decir, muchos, por no decir la mayoría, se están iniciando desde niños, y otros desde la adolescencia. Lo peor de todo es que el comienzo es la marihuana y cuando no la tienen a la mano le jalan al bazuco, que es además la llamada bareta, la cual tiene efectos muchos más nocivos que la cannabis, que no por ello no sea dañina para la salud.
No sé dónde vamos a terminar. Me asusta saber que en los colegios públicos y privados hay restricciones para que los educadores actúen en caso de sospecha de tenencia de droga de un estudiante. Es más, en planteles oficiales de las comunas con mayores conflictos y necesidades sociales los estudiantes amenazan a los educadores que los descubren consumiendo o expendiendo. En esos lugares tampoco se controlan las ventas externas y cuando los educandos salen a descanso o para sus casas les venden estupefacientes directamente o camuflados en comidas o dulces. La idea es generarles la adicción. Esa es la forma de mantener y asegurar el negocio.
Por algo las autoridades que han arreciado su lucha contra el microtráfico suman decomisos de marihuana por toneladas en la ciudad y en carreteras nacionales que pasan cerca de nuestra jurisdicción. Y lo que aquí he referido pasa igual o peor en Cali, Medellín, Bogotá, Pereira, Armenia, Barranquilla, La Dorada, Tunja, Bucaramanga, Villavicencio…
¿Qué hacer? No sé. ¿Habrá que traer a José ‘Pepe’ Mujica, el Presidente de Uruguay, que ya legalizó la marihuana en su país, para que nos diga si esa es la solución o si es posible tener centros de consumo sin afectar a la gente sana? O montamos aquí los llamados Centros de atención móvil a drogodependientes (CAMAD) que lideró Gustavo Petro en Bogotá. Difícil tarea tenemos todos, pues este es un problema general.
Es lamentable la cantidad de personas de la calle que para calmar su hambre y frío tienen que mantener trabados. Y consumen lo que sea, desde el sacol o pegante amarillo, pasando por marihuana, hasta el bazuco más malo de todos, al que le mezclan polvo de ladrillo, cal y coca. De manera más suave o severa todos matan lentamente.
Pero este no es tema de la campaña presidencial. Aquí los candidatos están más en la tónica de atacarse mutuamente, de la propaganda sucia, de los golpes bajos, de los escándalos en los que todos tienen que ver de una u otra manera, mientras la marihuana no les interesa, de ninguna manera. Hablar de eso no da votos, ni tampoco plantear salidas contra los drogadictos, mientras la salud de la niñez y la juventud está amenazada.
Y cierro esta columna haciéndoles un homenaje sincero a todas las madres. A la mía, tan bella, que tanto nos inculcó, con mi padre, no meternos en vicios porque el problema más grave después es salir de ellos, y a la de mis hijos que bien duro le ha tocado y le tocará formar los tres retoños que se mueven en este mundo de amenazas y maldad, pero también de oportunidades. Igual, saludo a las madres abnegadas y luchadoras a quienes la marihuana y otras drogas, y por ellas la violencia, les han quitado directa e indirectamente hijos. Ellas son las llamadas a liderar la lucha contra este flagelo.
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