Se supone que jamás pasó por la ilustrada cabeza del expresidente colombiano Marco Fidel Suárez, (“El hijo de la bandera nacional”), que después de su muerte recibirían sendas respuestas negativas dos bien intencionadas propuestas ciudadanas que apuntaban a honrar su memoria, en su bucólica patria chica que originalmente se llamó Hato Viejo.
El primer contraste lo sufrió el exministro, prolífico escritor e historiador caldense Otto Morales Benítez (el dueño de la carcajada más famosa del país) cuando fracasó en su empeño de ambientar en la Asamblea de Antioquia una iniciativa para que se le cambiara el nombre al municipio de Bello por el de Ciudad Suárez. La diputación paisa optó por mantenerle a la cuna del Cervantes maicero el nombre de Bello, el apellido de Don Andrés, el talentoso venezolano que echó raíces en Chile, donde se nacionalizó y murió.
Inexplicablemente, la idea del buen riosuceño cayó en el vacío. El proyecto de ordenanza no recibió, siquiera, el primer debate y no se volvió a hablar más del asunto. En contraste, los mejicanos -más sensatos- sí le dieron el nombre de Ciudad Juárez a Guelatao, la cuna que meció a Don Benito, llamado por sus compatriotas “El benemérito de las Américas”, que gobernó a su país durante 15 años, entre el 18 de diciembre de 1857 y el 18 de julio de 1872.
Se nos murió el doctor Otto, el 23 de mayo de 2015, en Bogotá, y se quedó con las ganas de ver a la municipalidad de Bello convertida en Ciudad Suárez, en homenaje a su hijo más ilustre que pese a su origen humilde escaló posiciones hasta conseguir ser Presidente de la República entre 1918 y 1921, período que quedó inconcluso por la renuncia que precipitó la despiadada oposición de su copartidario, Laureano Gómez, llamado con razón “El hombre tempestad”.
He aquí el otro NO para el autor de “Los 173 sueños de Luciano Pulgar”, compilados en 12 robustos volúmenes, serie que constituyó su propia autodefensa de la precitada persecución que le montó en el Congreso, hasta forzarlo a dimitir a la presidencia, el caudillo conservador, apelando a la calumnia sin ningún tipo de contemplaciones ni consideraciones:
El economista Guillermo León Velásquez Cardona -el mejor alcalde que tuvo Bello en el siglo pasado- formuló esta revelación en un mensaje dirigido al Contraplano:
“Todos los pueblos aspiran a tener los despojos mortales de sus hijos ilustres. Bello no ha podido trasladar los restos de don Marco Fidel Suárez, para quien hay una zona reservada en la remodelada capilla del antiguo Hato Viejo donde fue bautizado el estadista y académico. Su nieta, doña Teresa Morales de Gómez, se opone al traslado y prefiere una tumba abandonada en el Cementerio Central de Bogotá, en un sector que es considerado un verdadero muladar”.
A la dama bogotana hay que abonarle que en el Monumento a Suárez (erigido en torno a la humilde choza en la que este gran valor humano vio la luz primera) se conserva una colección de algunos de sus objetos personales, donados por ella, entre los que se cuentan fotografías, cartas, manuscritos, la banda presidencial, una ruana, un gorro, una bufanda y la cartilla en la que aprendió a leer. El monumento fue diseñado por el arquitecto Federico Blodeck y donado por Fabricato. Don Marco Fidel murió en Bogotá a los 72 años, lejos de su terruñito amado.
La apostilla: En la enorme urna de cristal también se encuentra un busto en homenaje a doña Rosalía Suárez, madre del expresidente Suárez, a quien llamaron “el hijo de la bandera nacional”, poniéndole énfasis en la pronunciación del oficio de lavandera que la señora desempeñó para poder sostener a su pequeña familia, siempre escasa de monedas para llevar el pan a la rústica choza del gran humanista del futuro.
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