Entre las muchas virtudes que adornan al papa Francisco -el máximo líder religioso del mundo- sobresale su delicioso sentido del humor que le ha servido para llevarse mejor con todos los seres humanos, sin pretender ser chistoso o quererse burlar del prójimo.
Los biógrafos del pontífice cuentan que desde chico aprendió que esta inclinación suya apunta a sacarle chispa a las cosas que le suceden o a las que ocurren en la vida.
Los periodistas que escarban en su pasado, en Buenos Aires, en Córdoba y en Roma, se divierten de lo lindo contactando a sus familiares o a sus amigos del pasado para enriquecer el amable anecdotario papal.
A muchos kilómetros de las tres ciudades intentamos acopiar algunas situaciones jocosas de este carismático personaje que se nos volvió universal en un dos por tres a partir del 13 de marzo de 2013, día de su elección.
Comencemos por su reciente periplo por territorio estadounidense -que concluyó con clamoroso éxito el pasado domingo- en el que el sumo pontífice soltó una jocosa cascada de apuntes alrededor de la familia, al defender el matrimonio como institución.
Planteó el argentino más famoso del planeta que en toda relación de pareja no faltan las discrepancias. A veces vuelan los platos (los de la vajilla casera). Van y vienen las mutuas inculpaciones. Se cuidó de hablar de las suegras, aunque las mencionó de soslayo. Les recomendó a los matrimonios no ir a la cama, a dormir, sin hacer las paces, y reconoció que él se refería a los pleitos hogareños, pese a que es un hombre soltero. Esta observación papal provocó una carcajada general entre el abigarrado auditorio, así como entre los millones de simpatizantes que seguían su periplo a través de la televisión, medio en el que descolló la CNN en español.
Cercanos al Papa especulan que de haber sido propicio el momento, en su visita a Curran-Frombold -la cárcel más grande de Filadelfia- se habría preguntado dónde estaban las “salidas de emergencia” del penal.
Los biógrafos que lo pusieron en la mira cuando salió del destierro al que lo había confinado, en Córdoba (a 600 kilómetros de Buenos Aires) la cobarde envidia que también se da en las mejores familias franciscanas, descubrieron este divertido episodio culinario:
Siendo profesor del seminario para jesuitas en esa provincia argentina hubo una crisis que motivó la salida de las cocineras. El propio padre Bergoglio asumió, solo, la preparación de los alimentos. Cuando llevaba dos semanas en las funciones de chef se le acercó un superior de la comunidad y le preguntó cómo le iba con el encargo. Y le respondió: “Creo que bien, su reverencia; hasta ahora no se ha muerto ninguno de los consumidores de mis viandas”.
En los prolegómenos de su carrera sacerdotal se hicieron tan populares sus chascarrillos que a veces se le atribuían algunos que no eran de su cosecha, como este: “Hay sacerdotes que, entre dientes, al desposar a la pareja, le dicen, al impartirle la bendición: “Os declaro ‘jodido’ y mujer”.
La informalidad y la sencillez son otros dones del Pontífice. La misma noche de su elección telefoneó a uno de sus mejores amigos a la Argentina y le dijo: “No voy de regreso a Buenos Aires. Me quedo en Roma. Esta gente como que me ha elegido papa”.
A la mañana siguiente a su exaltación a la silla de San Pedro se comunicó, también por teléfono, con el dueño del kiosco que le reservaba los periódicos en la esquina aledaña al palacio cardenalicio de la capital federal para cancelar sus suscripciones, en vista de lo que lo acababan de nombrar papa. Y le anunció que su hermana María Regina pasaría a cancelarle el saldo pendiente. El prensero, atónito, casi se muere del susto con semejante llamada. Por un momento creyó que algún amigo le jugaba una broma haciéndose pasar por el nuevo pontífice.
Hombre descomplicado, este hincha fiel, desde pibe, del San Lorenzo de Almagro (en el que militó el colombiano Iván Ramiro Córdoba) busca los domingos en la red la información deportiva para saber cómo le fue en la liga de su país al que ahora llaman “el equipo del papa”.
Esta anécdota, que ya habíamos registrado en pasada columna, amerita repetición: En una de sus conversaciones con sus primeros biógrafos, los periodistas Sergio Rubín (argentino) y Francesca Ambrogetti (italiana), el Papa se despachó con este chascarrillo: “Varios embajadores se fueron a ver a Dios para quejarse porque, a diferencia de sus naciones, había dotado a la Argentina de tantas riquezas y el Todopoderoso les responde: “Sí, pero también les di argentinos”.
La apostilla: En la comitiva pontificia se hacía fuerza, en el multitudinario encuentro de la familia, en Filadelfia, para que el paisa Juanes no le fuera a cantar al papa Francisco su famosa “Camisa negra”, que es de un verde subido, y esperaban que se la cambiara por el “A Dios le pido”, como en efecto sucedió.
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