El impactante asesinato de la niña Yuliana Andrea Samboní generó la indignación de una gran parte de la sociedad colombiana, es la respuesta de una sociedad que no quiere que se atente más contra los niños, ni contra las mujeres. El caso genera repudio en nuestro interior y despierta nuestras entrañas para decir: no puede ser posible. ¡Basta!
En esta oportunidad, la reacción de la Fiscalía y de los organismos de investigación judicial demostró un grado alto de eficiencia en acción inmediata, del cual se espera que se especialice cada vez más, para que los procesos se desarrollen acorde a la gravedad de hechos como este, siempre a tiempo, permitiendo recoger, sin falta, las pruebas y todo el material necesario para esclarecer los acontecimientos y determinar con seguridad a los responsables. La contundencia y la eficacia de todo el aparato judicial es una necesidad urgente para la justicia que requiere el país; poder garantizarlas es un modo de salirle al paso a uno de nuestros mayores enemigos: la impunidad.
La reacción general de la sociedad también debe llamarnos la atención, pues nos topamos con un grado de tolerancia cada vez menor a este tipo de crímenes. El silencio cómplice ha ido rompiéndose y, a pesar de que hay en las manifestaciones cierto grado de visceralidad suscitado por la brutalidad del acontecimiento; podríamos esperar que más allá de esa indignación expresada de modos a veces también violentos, pueda ser llevada a escenarios de reflexión donde se oriente a una nueva cultura de cuidado por los demás. Donde la defensa de la vida, la protección y cuidado de los demás sean un no negociable y se conviertan en un sentimiento a flor de piel de todos los ciudadanos. La dignidad es un patrimonio común que debemos proteger entre todos y por el bienestar de todos.
Las declaraciones del director de Medicina Legal nos dejan perplejos, tristes, en alarmante tensión: casos como el de Yuliana se presentan 18 mil al año. La magnitud de la cifra no disminuye el dolor que produce cada caso por separado. Yuliana nos afecta, nos duele, nos interpela como sociedad, dirige la mirada hacia lo omitido forzosamente por nuestra inconsciencia e indiferencia. Lo violento de su caso, las condiciones que lo habitan, nos despiertan a la crisis humanitaria, moral y social de nuestro país. Tenemos necesidad de comenzar a reconstruirnos desde lo más profundo de nosotros mismos, como colombianos y colombianas.
Resulta muy triste también el caso del criminal que hizo esto. La gravedad de sus acciones delata una deshumanización que solo puede ser producto de un profundo malestar del que aún desconocemos los verdaderos motivos; pero cuyas consecuencias son desgarradoras e irreparables; nos alertan sobre el riesgo de pasar por alto este tipo de situaciones, al no reconocer sus causas y hacer el esfuerzo por comprenderlas de un modo que nos permita tomar medidas preventivas, a tiempo.
Una indignación que busca comprender puede contribuir a tomar medidas preventivas a futuro, nos permite construir y ser efectivos ante este tipo de sucesos. Como sociedad debemos aceptar la indignación, pero no el rencor. Qué Dios tenga misericordia.
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