La Semana Santa inicia con la procesión del Domingo de Ramos y termina con la celebración de la Pascua, luego de pasar por la conmemoración de la pasión y muerte del Señor. Se tiene, así, un contexto muy experiencial con clave de lectura de fe. Y se convierte en un tiempo muy propicio, no solo para encontrarse con la familia, sino también para profundizar en la relación personal con Dios.
Tres rasgos fundamentales quisiera resaltar que nos pueden ayudar a ahondar en el sentido de la Semana Mayor para cada uno.
En primer lugar, la necesidad de pasar por la historia, debemos aceptar que nuestra existencia está anclada en un aquí y un ahora, a los cuales debemos responder y dentro de los cuales debemos dejar nuestra huella. En este sentido la historia no es algo que debamos escaparnos, sino enfrentar. Y así lo hizo Jesús, ante la posibilidad de muerte no salió corriendo ni se escapó, sino aceptó los riesgos que entrañaba proclamar la Buena Nueva, hacer los milagros y caminar a Jerusalén. Esta forma de comprender nuestro lugar en el mundo puede ayudarnos a no buscar escapismos tan frecuentes cada vez que observamos en el panorama una dificultad, sino a asumir la vida con todas sus consecuencias.
En segundo lugar, la profunda generosidad de Jesús, que no ahorró ni su propia vida para cumplir con la voluntad de Dios en su existencia, nos debe invitar y motivar a salir de nosotros mismos e ir al encuentro del otro, especialmente cuando se encuentra en dificultades. La opción por los débiles, por los que sufren, por los que están solos, por los enfermos y los discriminados. Allí es el lugar teológico por excelencia para tener un encuentro con Dios. Y esto es capital que lo comprendamos. El lugar por donde Dios pasa en nuestras vidas está muchas veces mediado por esa mirada que nos hace otro que necesita de nuestra ayuda. La generosidad es la mejor respuesta con que podemos acoger a los demás.
Finalmente, en tercer lugar, es la gran clave de lectura del llamado Triduo Pascual: la esperanza. El plan de salvación de Dios que nos reveló en Jesús, es que la muerte no tiene la última palabra, que la muerte no es lo definitivo, sino la vida. Y por ello, el lugar que tiene en la fe cristiana la resurrección. En este orden de ideas, todos debemos ser sembradores de esperanza. Lo que implica que seamos defensores de la vida en todos los terrenos.
Así, pues, enraizados en la realidad en que cada uno de nosotros le ha correspondido vivir, con generosidad frente a los otros y sembrando la esperanza, damos un testimonio de vida cristiana. En clave de fe podemos vivir un tiempo de reflexión y auto-examen sobre cómo estamos asumiendo esa relación con Dios que nos ancla a nuestra historia y nos pone en relación con otros a quienes podemos ayudar.
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