Ya llega la Navidad. Qué tiempo tan especial y que nos llena a todos de sentimientos de alegría, fraternidad, solidaridad, en medio del reencuentro familiar, propio del fin de año. Y es un momento muy especial para crecer como seres humanos, como personas capaces de amar y ser amadas. No perdamos esta oportunidad de construirnos.
El Niño del Pesebre nos puede inspirar dos valores muy fuertes. Por una parte, la confianza, y por otra, la humildad. Ambos valores se presentan bellamente en el misterio de la Encarnación, misterio que lo podemos leer como un acercamiento muy grande de Dios a nuestra historia, como una apuesta radical de Dios por el hombre y la mujer en concreto, la humanidad inmersa en estas coordenadas de tiempo y espacio precisas.
Confianza en la decisión de Dios de salvar al mundo; confianza en el amor generoso, gratuito y completo del Señor por los hombres y mujeres; confianza en que la humanidad se puede acercar a Dios, que es posible postular el regreso a Dios; confianza en que los hombres y mujeres pueden llegar a ser transparencia del amor del Creador. Si se quiere, confianza en poder tener una esperanza, no obstante todos los líos, complicaciones, violencias y muerte que haya a nuestro alrededor: el amor es posible. Y ese sentimiento de confianza es sobre el cual podemos construir el futuro de nuestras vidas y de la historia que nos ha correspondido vivir. Es una confianza que nos da motivos para ver el futuro con mucha alegría y que nos anima a construirlo desde ahora.
Humildad que es el abajamiento que tuvo Dios para hacerse niño y niño frágil, pobre y sin dónde nacer para terminar en un pesebre junto con los animales. Es lo que técnicamente los biblistas llaman la Kénosis, palabra griega que significa algo así como vaciamiento. Pues bien, esta figura nos da una pista fundamental, que va por el radical valor del hombre, que no tiene que ver con las cosas que se posean, ni los títulos que se ostenten, ni el poder que se detente, sino que el valor del hombre radica en la dignidad que nos da ser hijos de Dios. En este orden de ideas, la humildad es el mejor antídoto a la soberbia que nos hace apartarnos de los demás, que nos hace sentirnos más que los otros, que nos hace desconocer a los que tenemos al lado. Una buena dosis de humildad en nuestras vidas nos puede cambiar profundamente, nos podrá permitir ver el mundo y las relaciones con los demás de otra manera. De otra parte, el vaciamiento que hace Dios es para hacerse servidor de todos los hombres y mujeres. Esa humildad nos debe llevar a ponernos al servicio de los demás.
Que en este tiempo de Navidad podamos crecer en confianza y humildad. Y nuestra vida será transformada y transformadora de nuestra historia.
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