Easy Rider es una película que define casi como ninguna otra la contracultura norteamericana de los años sesenta. Llegó a convertirse en un referente de su generación y en un hito del séptimo arte gracias a un guión provocador y a una impecable "puesta en escena" que expone con audacia la propuesta filosófica del hipismo.
Jane Fonda y Jack Nicholson recorren en sendas motocicletas Harley Davidson los Estados Unidos, exhibidas en el film como objetos de culto y erotismo, íconos de sensualidad y libertad.
Esta imagen de película de aventureros y "play boys" ha ido cambiando con el tiempo, de manera vertiginosa, al menos en Colombia. Las calles de nuestras ciudades se han visto invadidas de motocicletas, sesenta y cinco mil setecientas veinte hay en Manizales, algo similar a una hipotética escena cinematográfica donde se recrea la plaga de la langosta con la que Yahvé castigó al faraón de Egipto; las hay por encima, por debajo, por los lados, se cruzan los semáforos en rojo, no esperan, llevan mesas, vidrios y materiales de construcción, o familias enteras con sus niños de brazos empapados de llanto.
Adquirirlas es fácil, obtener la licencia de conducción, también. "¿La quiere con pase o sin pase?" ofrecen en los puntos de venta, sin examen, sin percatarse de la pericia del nuevo conductor y sin que importe en lo más mínimo que éste conozca las normas de tránsito que regirán a partir de la emoción indescriptible de ese momento, el comportamiento a seguir en las atrabiliarias vías de la ciudad. Lo importante es vender.
Esto ha ocasionado que las normas, al no ser impartidas y por supuesto aprehendidas en función de la responsabilidad contraída con la sociedad, sean tenidas en cuenta, como si de verdad no existieran.
El costo económico de las mismas ha permitido que cada día se amplíe de manera exponencial el número de propietarios, y eso está bien, pero también es cierto que esta circunstancia nos cogió como se dice coloquialmente con los calzones abajo. Poco hemos hecho o no hemos sabido cómo hacer para incorporar sin contratiempos, esta nueva realidad a la vida urbana. No hay una normativa lo suficientemente drástica para obtener la licencia de conducción, ni para exigir a los conductores la responsabilidad requerida para moverse en el espacio público de la ciudad. La excitación y la euforia de la "libertad" parece que enceguece la ya probada vulnerabilidad que existe en su temeridad.
Según el fondo de prevención vial el 16% de los motociclistas adquirieron su licencia por medio de una academia autorizada, es decir que del 74% restante no se conoce su procedencia; el número de motociclistas muertos fue el 39% de los accidentes de tránsito, 3.100 en Manizales, 39 muertos en el 2014 y así sucesivamente.
Podemos concluir entonces que este fenómeno se ha convertido en un asunto de salud pública.
Me pregunto si así como existen ciclovías o ciclorrutas sería necesario pensar en una infraestructura propia para los motociclistas, amén de una dosis fuerte de cultura ciudadana para todos, que nos lleve a entender que en este aspecto el mundo de hoy es distinto.
Vale la pena estudiar entre muchas otras alternativas la experiencia implementada en la ciudad de Cali donde se habilitó una de las calzadas de las avenidas principales para uso exclusivo de las motos. Los resultados según urbanistas consultados son optimistas y por supuesto revivir la estrategia muchas veces discutida, hoy represada, de diseñar un sistema integrado de transporte que pueda competir en calidad, eficiencia y economía con los medios privados de locomoción.
De las bicicletas hablaremos otro día.
PD: Un par de cartas ha escrito la Junta de Patrimonio, máxima autoridad del Departamento en cuestiones de patrimonio arquitectónico y artístico, al cura párroco de la Catedral para que exponga los criterios con los cuales la ha venido interviniendo, las mismas que hasta ahora no han obtenido respuesta. Aquello de que a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César (Mateo 22, 21) parece que a este cura lo tiene sin cuidado.
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