Las plazas de Bolívar de Bogotá y Manizales son, a mi juicio, las más hermosas de Colombia por la manera magistral como interpretan el papel que les ha otorgado la historia. La claridad con la cual ponderan el significado de los edificios que definen su espacio y los demás elementos, sustantivos a su carga simbólica, tratados con la audacia de quien entiende que en ellos está el soporte mismo de la Nación, las hacen merecedoras de un reconocimiento que no es otro distinto que el de mantener y preservar el espíritu "Genius Loci decían los antiguos" con el cual fueron creadas.
Ahora que sobre la Plaza de Bolívar de Manizales existe un "aire renovador", renovar porque sí, pienso yo, como el absurdo aquel de que si está tan bueno aquí, ¿cómo será más adelante?, vale la pena hacer una reflexión sobre su valor y el papel que ha jugado en la historia reciente de la ciudad, no sea que nos pase como ya ocurrió con las espectaculares imágenes de San Pedro y San Pablo y de los cuatro evangelistas del nuevo testamento, que al ser parte integral de la Catedral también lo son de la Plaza, y que seguramente con buena voluntad, pero con la torpeza propia de la ignorancia fueron pintadas hace poco de gris basalto, desconociendo de un brochazo la calidez del concreto visto con el cual habían sido erigidas.
El comportamiento de la Plaza de Bolívar en la conmemoración del Centenario del Departamento de Caldas, fue de excepción, una de las paradas militares más impactantes de los últimos tiempos, deslumbrante, impecable y solemne; su nitidez urbana sirvió de escenario a uno de los acontecimientos políticos más importantes del Departamento. Igualmente el Festival de Teatro, los Te Deum y conciertos de aniversario de Manizales, los políticos y las reinas, han encontrado en éste anfiteatro de impecable diseño el recinto adecuado para el ejercicio de la vida democrática y artística de la ciudad.
Concebida como un todo, la Plaza de Bolívar de Manizales definía sus límites entre las carreras veintitrés y veintiuna y entre las calles de van den Enden y del Banco del Comercio, como decíamos antes, con el objeto de sumergir la Catedral, el ícono del siglo XX, en la "inmensidad" de un espacio urbano magnífico, que extendía sus naves internas mediante una escalinata que iba desde el atrio hasta el espacio central de la plaza, exacerbando, por el énfasis puesto en la escala humana, su carácter de edificio gótico; el diseño del piso con una modulación que arrecia su ritmo en la medida que se acerca al pedestal de concreto donde se alza, sobre la demás iconografía de la plaza, la escultura del libertador; los automotores de la carrera veintidós pasarían por debajo del atrio ampliado, dando acceso a un parqueo de cuatrocientas plazas, solución idónea a uno de los mayores conflictos del centro de la ciudad, mediante una concesión económica que viabilizaría su construcción y sostenibilidad.
Las obras públicas que se ejecutan por partes, dejando para no se sabe cuándo su continuidad, generalmente quedan al arbitrio de funcionarios que no conocen la filosofía que las hizo posibles y que por ende desvirtúan en su afán de dejar huella, el sentido que les sirvió de motor.
Revivir el espíritu de la Plaza Bolívar, mediante la construcción de las etapas en que estaba prevista sería mucho más beneficioso para la ciudad, que intervenir un espacio que lo que reclama es mantenimiento, cualidad en la que no somos duchos; mejor, mucho mejor, que tumbar para volver a hacer, con la consiguiente degradación que se ha vuelto lugar común en las obras públicas.
Propongo se estudie la posibilidad de continuar la construcción de la Plaza de Bolívar, como estaba prevista en el proyecto ganador del concurso público seleccionado entre numerosas propuestas presentadas por arquitectos de toda la Nación que concursaron con este objetivo; que se vuelvan a sembrar los árboles también sustantivos a su espacialidad, (si no se dan bien los sauces vela que se reemplacen por otros de similar arquitectura), que se vuelva a su lugar el Bolívar pedestre de Tenerani, adelante en el pedestal como lo estaba en la batalla, hoy tristemente apabullado por el cielo raso del hall del despacho del Alcalde, y que se haga un ejercicio profundo de mantenimiento que le sirva de largo aliento.
Un removedor de pintura, cepillo de alambre y jabón para tratar de recuperar las imágenes del atrio de la Catedral, sería el mejor regalo para la ciudad en este año que comienza.
P.D.: Que existe una acción popular que reclama una rampa para dar acceso a las personas de movilidad reducida al espacio central de la plaza, entonces propongo que se llame al arquitecto Héctor Jaramillo Botero, artífice de los diseños de la Plaza de Bolívar, quien con toda seguridad hará sus mejores esfuerzos por mantener la concepción original.
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