No vayan a creer que lo que dije en mi columna de hace ocho días sobre vivir en el campo es cierto. Bueno sí, pero no todo es color de rosa. Verde más bien, mucho, maravilloso, el verde es esperanza, pero se ha vuelto color de hormiga. Y de esas también, muchas, y cucarrones, cucarachas y bichos a la lata.
Al principio el río me susurraba al oído que la vida es como él, pasa sin detenerse, y nadie se baña dos veces en el mismo río. Claro, porque es frío helado y no dan ganas de repetir la fabulosa odisea brincando sobre esas piedras resbalosas, uno a esta edad en que se descadera fácil. Y pasan también cosas babosas no identificables, y ramas muertas, así como la vida lleva su mala alma entre las piedras.
Y qué belleza ese gallo y la gata que venían con la casa. El gallito de pelea, y la gata de pelea, con mi gata, día y noche. Parece que el gallo perdió una riña y lo tiraron al río y él se asiló en esta finca que alquilamos. Y lo adoptamos con todo el amor para que nos cantara desde lejos recordándonos que al que madruga Dios le ayuda, más en este 2017 que es el año del gallo para los chinos. Pero no. Encima mío el día entero cagándose por toda la casa y en las noches que lograba sacarlo se las arreglaba para llegar a mi ventana a cantarme a las cuatro de la madrugada. Yo salía a echarle maíz pero él volvía y cantaba apenas terminaba de tragar y así hasta que yo me levantara para venir a cagarme. Qué pecadito Dios mío. Lo dimos en adopción a unos vecinos que tienen gallinas para que pase bien bueno y no lo pongan a pelear nunca más porque el pobre lo único que sabe es cagar.
A los dos meses de llegar aquí amaneció uno de mis tres gaticos muerto. Tieso. Envenenado con el veneno que el vecino le pone a las ratas para que no se coman a las gallinas. El otro vecino tiene tres perras pitbull que se quisieron comer a mi perrita Sasi, quedó viva y la salvamos, pero fue algo tan aterrador que no les quiero ni contar. Y así, depredadores por todas partes, como en Animal Planet. Todos se comen todo el tiempo, como en la vida.
Y yo no estaba preparada para eso.
Qué problema con la luz, con el Internet, con el miedo. Cada que estoy sola empieza a llover como si se partiera el cielo de la risa y lo primero que pasa es que en la pantalla de la televisión aparece un letrero que dice “Si usted se encuentra en una tormenta eléctrica apague sus equipos” inmediatamente la risa obedece y se va la luz. Tormenta eléctrica es poquito. Aunque nunca estoy sola, siempre con mis mascotas para que me defiendan, corremos todas gimiendo paniquiadas a acostarnos en mi cama. Si entrara alguien nos encontraría paralizadas. Pero no pasa nada y todo pasa, como en el río. Al otro día llega la luz y sale el sol radiante y por un momento todo vale la pena.
El caso es que ya estoy empacando; últimamente lo que más me gusta de un sitio es planear la huida. Me voy en 15 días porque, además, se envenenó mi gata también, no se murió, pero casi. Me voy porque con lo que le he pagado al veterinario podría vivir en una casa con jardín en Bogotá. Pero no quiero ciudades ni trancones que me dan más miedo que la oscuridad. No quiero tampoco ríos que me griten la tormenta ni por su caudal sentir que llueve todo el tiempo y que va a salir el letrero y yo del susto voy a hacer lo mismo que el gallo, y se va a ir la luz y no voy a tener Internet para mandar la columna. Me voy de este municipio de La Vega, Cundinamarca, donde no hace ni frío ni calor. Vamos para Villeta.
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