La institucionalidad en Colombia ha pasado a valer menos que nada. El orden jurídico que nos rige según la Constitución Nacional, tiene poca o ninguna validez real. Los funcionarios públicos, se lo pasan por la faja sin sonrojarse. Los políticos lo tienen como una estructura que se puede romper fácilmente y que se puede violar sin que les de vergüenza.
Todos han comenzado a volarse. Se vuelan porque no quieren responder a los llamados de la justicia. Si tuvieran su conciencia tranquila, la enfrentarían sin vacilaciones. Pero no la tienen tranquila. Saben que tienen deudas pendientes, que deben explicaciones, que deben honrar los juramentos que hicieron cuando se posesionaron, esos de respetar la ley o someterse a ella.
Pero no. La justicia les vale nada. Se voló la Hurtado, con la complacencia de quien fuera su Presidente, el que fue beneficiario de sus delitos. Ese mismo que se gastó 8 años, a los que pudo acceder porque hizo trampas, para según el, dejarnos un país viable, en el que las instituciones fueran respetables y respetadas.
Martinelli, amigo de ese expresidente dijo que no la podía extraditar. Le regaló Panamá. Claro, Martinelli era amigo del expresidente de aquí. Allá tenían sus hijos empresas que salieron de la nada, del producto de vender sombreros vueltiados y manijas Salvarte, que a los únicos que salvaron fueron a ellos, los empresarios modelo, los de los paraísos fiscales, los enriquecidos de la noche a la mañana, los de las zonas francas y las maneras hipócritas. Amanerados dirán algunos.
Se voló Luis Carlos Restrepo, el farsante del abrazo del oso, el mentir-oso, el mismo que reincorporó paramilitares que no eran paramilitares, con fusiles de madera. ¿Cómo semejante majadero podía saber la diferencia entre armas de verdad y juguetes diseñados para simular un proceso de entrega falso y corrupto? Su patrón sabe donde está. Porque el ex presidente lo sabe casi todo, o cree saberlo todo, aunque tenga una actitud obsesivo compulsiva, que raya en el límite de la psicosis y termine sabiendo nada. El twitero compulsivo, el de mensajes interminables, el que cree que trina cuando lo que de verdad hace, son vulgares y repetidos graznidos de cuervo.
Se voló Andrés Felipe Arias, el clon del rufián, el avispado repartidor de Agro Ingreso Seguro, que donaba subsidios creados para los mas pobres, entre los mas ricos, beneficiando gamonales inescrupulosos, los hampones de cuello blanco, la flor y la nata de la gente mal de la gente bien; esos que dividían sus fincas en muchos predios para hacerse a muchos millones de pesos que salieron del bolsillo de los colombianos, haciendo una reforma agraria al revés, donde los dineros fueron a terminar en manos de quienes no los necesitaban, esos que saben todos los pormenores de la triquiñuela y la trampa para engañar al Estado.
La plata no solo se perdió, sino que como avisado por un vidente, de esos que usaba un fiscal Iguarán de cuyo nombre no quiero acordarme, sabía de antemano que lo llamarían a cuentas, puso pies en polvorosa y se fue a los Estados Unidos, para hacerse el gringo y conmover incautos con las lágrimas de cocodrilo salidas de sus profundos ojos de desvergüenza, no calmada con las mega dosis de valeriana con las que imitaba a su mentor. Se voló Luis Alfonso Hoyos, el “Malhechor espiritual” del CD, el primer congresista caldense en perder la investidura en el Consejo de Estado. Con ese antecedente, era ficha clave para el expresidente, que tiene a su alrededor tanto delincuente, tanto farsante, tanto payaso, tanto amoral, tanto cínico.
No responde el hijo de Zuluaga, el que pagó con un cheque personal, cerca de 250 millones al hacker que contrataron para hacer política sucia, de la que saben hacer los del CD, un grupo de extrema derecha convertido en centro delincuencial. Dicen que está estudiando, pero no vendrá, porque si no me equivoco: se voló. Esperemos que “Zurriaga”, no termine volándose en un viaje relámpago que se invente para poder evadir la justicia, que si no tuviera que esconder, la enfrentaría aquí, con dignidad, como un hombre decente. Pero de eso, ni lo uno, ni lo otro.
¿Se volarán el fabulista Obdulio o el Patrón? Nadie lo sabe y nadie lo cree, al menos por ahora...
Amanecerá y veremos, como dijo el ciego.
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