Flavio Restrepo Gómez u flaviorestrepo@myfastmail.com u https://twitter.com/FlavioRestrepo
“El general Rubén Darío Alzate, la abogada Gloria Urrego y el cabo primero Jorge Rodríguez, secuestrados por la guerrilla de las Farc el pasado 16 de noviembre en Chocó, fueron entregados "personalmente" por Félix Antonio Muñoz Lascarro, alias 'Pastor Álape', negociador del grupo al margen de la ley en los diálogos de paz de Cuba”. (El Tiempo, domingo 30 de noviembre de 2014).
La noticia es buena por los 3 secuestrados que recobraron la libertad. Pero esa buena nueva es apenas el principio de lo que deben cumplir los guerrilleros de las Farc, para que el proceso pueda tener algo de credibilidad, para que resista los francotiradores que quieren torpedearlo, desde las extremas a las que tanto les conviene la guerra, pasando por los fanfarrones que incitan a la misma desde sus cómodas poltronas, con la comodidad del trino, o la violenta arremetida den discursos incendiarios, pronunciados por los que se autoproclaman defensores de la Patria.
Para muestra un fanfarrón, @_El_Patriota, el de la inexistente AVGT.ORG, que grita desde sus trinos, como si estuviera en primera fila de batalla, cuando no pasa de estar detrás de un computador, desde el cual lanza sus diatribas y sus amenazas, porque para correr riesgos: ¡ni riesgos!
No es posible que el secuestro sea una arma con la que se conmine a los colombianos a la incertidumbre de un mañana incierto, a las familias de los secuestrados a la pesadilla de un familiar en cautiverio contra su voluntad, a la sociedad acorralada ante la incertidumbre y el miedo.
Así no se hace una revolución. Así se hace terrorismo y se gana el desprecio de la mayoría de los ciudadanos que habitamos este terruño. La primera muestra de una verdadera voluntad de paz, es acabar para siempre con el flagelo del secuestro como arma política o como manera de intimidación y financiación de una insurrección que no ha dejado un solo hecho por el que pueda decirse que sus acciones valen la pena. Hasta ahora la revolución de las Farc ha sido una mera y despiadada forma de azotar a los colombianos.
El no conflicto tiene que comenzar en unas conversaciones que se vuelvan tratados, pero que se hagan en medio del silencio de las armas fratricidas, con las que arrancan a diario la vida de colombianos inermes. Que esas armas queden acalladas mientras se llega al final de los diálogos, sin utilizarlas para desplazar pobladores de sus municipios, campesinos de sus tierras, pescadores de sus ríos, ciudadanos de sus lugares de trabajo.
El verdadero no conflicto comienza por respetar un principio fundamental de la civilización, que es la de no incorporar niños o niñas a las filas de la insurgencia, para arrancarles de un tajo la posibilidad de una vida no violenta y con futuro distinto.
Tiene que pasar sin discusión por un NO rotundo a las violaciones de menores o mayores que son sometidas al escarnio de objeto sexual contra su voluntad, en una edad en la que el miedo les impide reaccionar o en el que la amenaza las hace fácil presa de una revolución falsa que no contempla la violación como uno de sus tarareados estandartes. Con esas acciones no se construye un país mejor, ni se acaba la desigualdad, ni se erradica la pobreza. Con esas acciones se llenan corazones inocentes de odio y de sed de venganza.
Los grupos de violentos al margen de la ley, tienen que entender que no es destrozando un país y volviéndolo mierda, como se construye un país decente. Que la destrucción de los recursos naturales es irrecuperable y no es bandera revolucionaria, que la contaminación de ríos y la tierra, es un atentado a la vida de las personas y del ecosistema, de la fauna y de la flora. Es acabar con los recursos naturales de los que necesitan todos, pobres y ricos para su vida diaria, porque nadie se puede alimentarse con el físico dinero, aunque con el se puedan comprar muchas cosas, menos las conciencia inocentes de las mayorías calladas y atemorizadas por la inminencia de la muerte artera, el desplazamiento forzado, la aniquilación de la familia, la destrucción de las poblaciones y la masacre de la sociedad. Nada menos revolucionario que destruirle la vida a los que pregonan son los motores por los que libran la lucha perversa que vivimos a diario.
Finalmente tienen que entender que no podemos acabar la Fuerza Pública, legal en la Constitución de nuestro país, porque tenemos que proteger a Colombia de todos los actos criminales que vienen de fuera o se incuban adentro. Ellas deben proteger a Colombia de la nueva andanada de los Paramilitares, que hicieron la farsa de la entrega, pero continuaron inundando el país y su deforme y monstruosa procreación las Bacrim, empresas de crimen organizado sin el menor escrúpulo.
Las necesitamos para defender a la población de los delincuentes comunes que son tantos y tan crueles, de las mafias y de los mafiosos, de los violadores, de los delincuentes de cuello blanco, de los marginales de todas las pelambres que actúen fuera de la ley o agazapados como lobos vestidos de ovejas dentro de ella.
La Paz tiene que ser sin Pas-Pas de sus fusiles.
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