Hemos vivido en guerra desde que tenemos historia como Nación. Guerras por todos los motivos. Guerras de todos los colores. Guerra fratricida e interminable que ha convertido a Colombia en un país en el cual la vida es bien que vale nada y la muerte, mal que cuesta menos.
Pero nos enfrentamos a la posibilidad de establecer una paz de verdad. Una paz negociada con los actores del conflicto, con los grupos al margen de la ley, que han impuesto un imperio de terror, dolor y miedo por todos los rincones de nuestra ensangrentada geografía. No podemos continuar en guerra permanente. No podemos continuar matándonos o dejando que maten por motivo alguno. Tenemos que construir una Colombia pacífica; una Colombia donde pensar diferente no sea una amenaza para alguien y que no estar de acuerdo, tenga soluciones distintas a las de los actos siniestros de los que están al margen de la ley, de los que estando dentro de la ley, rompen los limites éticos y morales que impone una sociedad decente, para actuar como delincuentes que también matan y mandan matar, sin que eso les produzca la menor vergüenza. Solo con el respeto sagrado a la vida, sin importar las diferencias, podremos construir un país decente y digno, una Nación que no carga el fardo pesado que la violencia de todos los géneros le ha hecho cargar durante siglos.
Es hora de ponerle fin a la violencia como manera de actuar y como posibilidad de zanjar las diferencias. Tenemos una historia vergonzosa de violencia que no tiene justificación, pero que ha sido acolitada por muchos, acompañada por no pocos, azuzada por miles y conveniente para grupos completos de colombianos que tienen en la guerra el mejor negocio, la mas rentable de todas las actividades, independiente de que sea la mas vergonzosa de todas las actitudes humanas.
Por eso, todos los esfuerzos que se hagan para consolidar la paz, valen la pena, merecen el respaldo, independiente de los francotiradores que tiene desde la legalidad o fuera de ella, que la paz es incómoda para los negociantes de muerte, para los vengadores de siempre, para los asesinos a sueldo, para los violentos de todas las pelambres, para los inconscientes que matando o mandando matar que es peor, creen tener poder. Ese poder intimidatorio, es muy dañino, produce parálisis social, paraliza masas enteras de población pacifica y le daña la vida a toda una Nación. Merecemos mejor suerte. No podemos seguir haciendo una alegoría a la violencia como parte normal del cotidiano de nuestras vidas y de nuestro país. La violencia tiene que llegar a su fin, porque la violencia solo engendra más violencia y no produce un solo benéfico para una sociedad que acorralada, ve ya sin asombrarse la impunidad de los violentos y su régimen de terror.
Hacer acuerdos por la paz es solo el comienzo de una obra de magnitudes impensables, en la que todo un país tiene que invertir sus energías, sabiendo que cuando la tengamos establecida de verdad y haga parte de nuestro cotidiano, sus dividendos superan con mucho a los de la guerra, sin importar que se noten menos.
Solo podremos tener un país decente y digno, cuando la vida sea el bien soberano, el capital mayor que cualquier colombiano pueda tener y cuando los violentos se convenzan de que en este rincón del mundo no son aceptados. No pregunte qué pueden hacer los otros para ayudar a construir una paz de verdad. Pregúntese cómo usted puede hacer parte de la Colombia que vive en fraternidad y acepta sin violencia las diferencias. Nos llegó la hora de salir de la violencia. Cualquier esfuerzo por lograrla será bien recompensado y se lo agradecerán sus hijos y los hijos de sus hijos.
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