"Las barras son alfiles decisivos en la política interna de los clubes. Ya no se trata solo de regalar entradas o pagar viajes. Les ceden el control de los puestos de comida en el estadio, de los estacionamientos y han existido casos en que las barras pasaron a manejar las divisiones menores. En este juego de extorsiones también caen jugadores y entrenadores, quienes pagan peaje para no ser insultados a la primera derrota. Los líderes de las barras, son, a veces, empleados públicos con salario y estabilidad laboral garantizada".
La declaración la dio esta semana el escritor argentino Horacio Convertini al periódico El País de España (http://bit.ly/1mBZUtG), que lo entrevistó tras ganar el premio Extremo Negro BAN 2013 con su novela El último milagro, en la que habla del poder de las barras bravas en el fútbol. Su testimonio bien podría aplicarse a casi cualquier equipo del mundo, sea el Boca Juniors, el Tijuana, el Milán y, claro está, el Once Caldas.
El sábado de la semana pasada se estrenó en televisión el programa El color de la pasión, en el que las barras de los ocho equipos más importantes del país compiten para fomentar la paz y la tolerancia. "Ahí es donde las barras van a demostrar su verdadero valor como gente y ciudadanos de primera, ya que solo se han encargado de estigmatizarnos sin conocernos. Estamos cansados de la guerra y queremos paz en este mundo. Nosotros no podemos ser causantes de más violencia", le dijo uno de los líderes de la barra Holocausto Norte, John Jairo 'el Loco' Vásquez, a LA PATRIA, en una entrevista publicada el sábado pasado (31 de enero de 2015, edición No. 33.126).
Un par de horas después de ese "pacífico" programa, miembros de Holocausto se agarraban a golpes con hinchas del Medellín, luego de la derrota del Once Caldas ante el equipo antioqueño. El sector de El Cable volvió a ser un hervidero. Sí, solo un desequilibrado mental puede creer que ese es el comportamiento de "ciudadanos de primera". Bien ganado tiene el apodo el señor Vásquez.
Pero el problema del fútbol no solo está en sus barras. Está en toda su estructura. Los jugadores que cobran sueldos exorbitantes - la mayoría de veces inmerecido - pero se quejan porque tienen que entrenar a doble jornada. Que en vez de quedarse un rato más pegándole a la pelota prefieren tatuarse, ir a que les alisen el pelo y les hagan el corte de moda, o buscar niñitas para sus fiestas. Del técnico que les cobra a los jugadores para alinearlos. De los empresarios y directivos que cobran por debajo de la mesa comisiones y mienten en las transacciones (o se inventan fundaciones) para evadir impuestos. Incluso, en el caso de Manizales, la Alcaldía hace parte del problema.
Si un empresario quiere hacer un concierto en el estadio, debe pagarle a la ciudad por el uso de ese inmueble. En el caso del Once Caldas, el gobierno local permite al señor Jaime Pineda, dueño del equipo, hacer uso del estadio sin que le cobren impuestos. No nos engañemos: el equipo no es de la ciudad, es de un particular. Ahí hay un detrimento patrimonial de 261 millones 979 mil 632 pesos (según el boletín de prensa del Concejo de Manizales del 28 de octubre de 2014). Ya quisieran los bomberos, las casas de la cultura o algunas fundaciones - estas sí legítimas - poder contar con esos recursos.
Pineda sabe que esto es un negocio y, cuando le venga en gana y escuche mejores ofertas en otro lado, venderá al Once Caldas. O se lo llevará para otra ciudad. Y Manizales se quedará sin equipo y sin los recursos que dejaron de entrar a las arcas municipales, porque algunos concejales y miembros de la alcaldía se dejaron comprar con abonos y camisetas.
Y el problema también está en el hincha común y corriente. En el que compra el abono confiado en el canto de sirenas de los directivos del club: "armaremos un equipo competitivo", "regresamos a un torneo internacional" y demás chorradas, pero les dicen que si quieren ver los partidos con rivales fuertes (como el Nacional) deben, además, comprar la boleta para ese partido. Para colmo de males, ¿qué puede pensar el que se abonó y ve dos días antes de algún partido que rebajaron la boletería al 50% solo para mover las apáticas taquillas? Eso no es serio y hasta donde sé, nadie ha denunciado esto ante Confederación Colombiana de Consumidores.
Pero todos callados. Dirán que lo hicieron por la pasión que le tienen al equipo. Por bobos. "El ser humano, puesto en modo hincha de fútbol, vive en estado de ingenuidad (…) En su infancia compraron el producto y no hay forma de que acepten de que se trata de una manzana podrida", concluye Convertini.
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