Atención: puede contener spoilers.
No soy seguidor de las telenovelas. Me parecen aburridas, jartas y predecibles. Creo que la última novela que seguí fue Caballo viejo, por allá en 1988, y con orgullo digo que no vi Café, con aroma de mujer, ni todas las otras que siguieron y fueron trascendentales en la historia de la televisión colombiana.
El único culebrón que sigo es Star Wars, conocida en Colombia como La guerra de las galaxias. Soy fan. Tengo juguetes, camisetas, libros, películas, las bandas sonoras, y en mi celular tengo de fondo de pantalla el casco de Darth Vader, que sería como tener la cara de Jorge Enrique Abello, si fuese seguidor de Yo soy Betty, la fea.
Sin embargo, no soy de los que evangeliza con el cuento de la fuerza. Tampoco hablo al revés como lo hace el maestro Yoda, o desearía ser asmático para respirar como Vader, o conseguirme un amigo de dos metros y pelo largo para llamarlo Chewbacca. Me gusta porque crecí con su historia y, de cierto modo, significó algo en algún momento. Pero, como lo dije antes, es un culebrón y bien pudo haber sido escrito por Fernando Gaitán o Mónica Agudelo.
El arco argumental es el mismo que comparten las telenovelas mexicanas, colombianas y venezolanas (no sé si las coreanas, aunque me han dicho que ya las transmiten por nuestros canales): niño pobre que tiene algo especial, que se enamora de niña rica, que crece para ser exitoso pero su amor es imposible, que cae en desgracia, que es redimido por hijos perdidos... Además tiene malos muy malos, amigos chistosos y viejos sabios.
Y también tiene bichos y criaturas feas, muy feas. Su única finalidad es hacer que los protagonistas, sin ser los más atractivos, se vean lindos. Carrie Fisher, por ejemplo, que interpreta a la princesa Leia Organa, se convirtió en un sex symbol por lucir un bikini y estar encadenada a un enorme, gordo y baboso gusano llamado Jabba the Hutt. Sin embargo, si la sacamos de ese contexto, no alcanza a ser tan sexy como lo fue Jane Fonda en Barbarella o Ursula Andrews saliendo del mar en su bikini blanco en la película de James Bond, Dr. No.
Jabba fue para Fisher, lo que Waldo Urrego, Fabio Rubiano o John Álex Toro han hecho por los galanes de la televisión colombiana.
Entonces, ¿cuál es el éxito de la reciente película de Star Wars: El despertar de la fuerza? La respuesta está en la nostalgia. Para los seguidores, como yo, fue reencontrarnos con personajes queridos y saber qué había pasado con ellos después de más de 30 años. Era volver a ver sus naves, sus espadas, su carreta. También es tratar de engancharnos a los nuevos protagonistas, cosa que no sucedió con la segunda parte de la saga que cuenta la primera parte de las primeras películas, que ahora nos conducen a la continuación de esta historia de tres actos... o más, dependiendo de la ambición de Hollywood.
El fan que diga que salió contento de la película por lo novedosa de su historia se está engañando. El episodio VII (como se le llama a el despertar de la fuerza), no es más que la sumatoria de los episodios II, IV y V. Son los mismos giros argumentales.
Además, la intención de esta séptima película de La guerra de las galaxias no es contarnos una historia nueva, es el mercadeo. Es en hacernos comprar más juguetes, más camisetas, más chucherías. Si los 700 millones de dólares recaudados en taquilla en todo el mundo, a tan solo una semana de haber sido estrenada la película, le parece una barbaridad, espere a conocer las cifras en venta de productos. La compañía Disney, dueña de los derechos de la marca Star Wars, debe recuperar los 4 billones de dólares que le costó adquirirla en el 2012 a su dueño y creador, el director de cine George Lucas.
Mickey Mouse hace rato se pasó al lado oscuro de la fuerza, y quien quiera una historia novedosa tendrá que buscarla "en una galaxia muy, muy lejana".
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