Fanny Pachón, una defensora de los animales, se clavó 2 mil 500 agujas de acupuntura en la espalda como protesta a las corridas de toros que se realizaron en Cartagena a comienzos de enero. "Me incrusté las agujas y no me dio miedo. Con banderillas le desgarrarán la carne al animal, solo con el objeto de entretener a un grupo de personas", dijo ella, mientras decenas de personas se entretenían viéndola llenarse la espalda de esas agujitas delgadas.
A través de las redes sociales varias personas criticaron la temporada taurina en Manizales. A los taurófilos nos llamaron "sádicos" y otros términos impublicables. Hubo animalistas que aseguraron gozar cuando "un toro de esos aporrea al torero". Y los ánimos se caldearon cuando en una corraleja en Turbaco un sujeto acuchilló mortalmente a un toro y luego otro grupo de personas le saltaron encima al animal para patearlo, tirarle piedras y palos en medio de su agonía. Imágenes que indignaron tanto a los antitaurinos como a los taurinos. Y una ocasión para que políticos oportunistas como Armando Benedetti o Arturo Yepes pescaran en río revuelto.
Entonces, una vez más, se abre el debate: ¿son los animales sujetos de derecho y se les pueden aplicar leyes como a las personas? En la pasada Feria de Manizales murieron en la arena 42 toros de lidia. O sea, animales cuya genética es cuidada para eso: salir al ruedo a mostrar su bravura. Nadie los entrena para eso, es su naturaleza. Contrario sucede con los caballos de los rejoneadores que asistieron a la temporada, que los entrenan para que hagan cosas antinaturales: arrodillarse, caminar en tres patas o al compás de un pasodoble, o morder los lomos de un toro. Cosas más circenses, como esos tigres que saltan por aros en llamas en algunos circos, qué naturales.
Toros que pelearon (la mayoría) y murieron. Dos de ellos se salvaron por bravos y se encargarán de mantener esa genética en futuras crías. Una casta que, de no ser por los ganaderos taurinos, los aficionados y los toreros, ya habría desaparecido. Pero los antitaurinos, al parecer prefieren que estos descendientes del uro desaparezcan, al igual que la tauromaquia y su afición. O que muten y adapten. Que se vuelvan unas reses mansas que se dejen manosear y abrazar para una foto, como sucede en Panaca. O esas que llevan a los mataderos para ser sacrificadas por cientos de miles todos los días (solo hablando de ganado vacuno. Falta el porcino, el aviar, el ovino, el piscícola, y el de mariscos). Pero con eso, con las cadenas de producción alimenticia, poco se meten los animalistas.
A los animales hay que respetarlos y entender su naturaleza. Eso incluye a los seres humanos y sus necesidades. Comer, beber, entretenerse, trabajar hacen parte de esas cosas. Algunos se entretienen viendo a un toro bravo expresar su naturaleza en la lidia (sí, y sufrir en la vara y las banderillas, pero como dijo Buda: "toda existencia es sufrimiento"), otros disfrazando a su mascota para hacerle fotos y compartirlas en Facebook, y escribir "¡adoro a los animales!", a pesar de que claramente el gato está incómodo. O entrena a una lora para que diga "marica".
Eso hace parte de nuestra naturaleza, demostrar nuestro dominio sobre otras especies. Incluso sobre nosotros mismos. Hasta los mismos animalistas lo hacen queriendo establecer leyes sobre cómo regular el trato a los animales, o actividades que los incluyan. Ya no se pueden los equinos de tiro porque pobrecitos, a pesar de que el mundo se conquistó a lomo de caballo y los carruajes que halaban. Y hay que prohibir los perros de razas peligrosas porque muerden. Sí, todo perro muerde, es su naturaleza. Que ataque con sevicia es problema humano.
Podemos regular esto de manera responsable (como el Reglamento taurino colombiano, o la ley 1638 del 2013 que prohíbe el uso de animales silvestres en los circos), para evitar cosas como la sucedida en la corraleja de Turbaco. O podemos caer en el peligroso juego de querer prohibir todo, hasta la ingesta de hormigas culonas en Santander, porque pobrecitas. De llegar a un racionalismo extremo y negar nuestra naturaleza y cultura.
Fanny Pachón, la defensora de los animales que se clavó las agujas de acupuntura en la espalda porque quería protestar por las corridas de toros que se hacían en Cartagena, se molestó al final de esa "tortuosa" jornada. Nadie avala lo de las 2 mil 500 agujas clavadas, lo que se convertiría en una nueva marca mundial. Ese era su verdadero objetivo: quedar registrada en el Libro de los Récord Guinness. La vanidad también es naturaleza humana.
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