Al comediante estadounidense Lenny Bruce lo metieron en la cárcel en 1961 bajo cargos de obscenidad, pues en su acto usó la expresión "cocksucker" (chupa pollas). Palabra ampliamente usada hasta por los policías que lo detuvieron en pleno escenario, como se demostró en la corte. En 1972, el humorista George Carlin hizo el monólogo Seven dirty words (Siete palabras sucias), en el que evidenciaba la doble moral de los censores gringos por no permitir que en los medios salieran las palabras shit, piss, fuck, cunt, cocksucker, motherfucker y tits. Incluso al día de hoy, muchos de estos sustantivos son sancionados.
En Colombia vemos que estas expresiones -y otras tantas más- son ampliamente usadas por la comunidad. Sobre todo en casos de "Usted no sabe quién soy yo", que es cuando muchos destapan la cloaca que tienen por boca. Si en Estados Unidos fueron el estado, el gobierno, o un político moralista quienes decidieron que estas "malas palabras" no debían usarse, mucho menos publicarse, en nuestra tierra son ellos quienes más promueven el uso de dichas expresiones, otras tantas más y las elevan a un nuevo nivel.
Por ejemplo, Gregorio Eljach Pacheco, secretario del Senado, pide que levanten una sesión en la que se debate la educación del país de la siguiente manera: "No le des más papaya a (Jorge Enrique) Robledo que está haciendo un show ahí, marica. Levanta (la sesión)". O José Obdulio Gaviria, que utiliza su cuenta de Twitter para mostrar su homofobia y despacharse con otra cantidad de improperios: "Lagarta, rica y gay", "piltrafa humana", "homúnculo", "con sida en el alma"... O el famoso: "Si lo veo le voy a dar en la cara, marica", del expresidente Álvaro Uribe.
Todo lo anterior está permitido en Colombia. Sin embargo, desde hace unos años para acá nos han prohibido usar otras tantas. Unas que no se refieren a la genitalidad, tendencias o actos sexuales, o lo escatológico. Si las anteriores eran "malas palabras", estas serían "palabras criminales". Ya no se pueden usar "ladrón", "asesino", "matón", "paramilitar", y otros términos que pueden ser hirientes. Pero, ¿hirientes para quién?
El presidente Juan Manuel Santos pidió la semana pasada que se "desescalara" el lenguaje que rodea a los subversivos de las Farc. Que no los tildáramos de "narcotraficantes" o "terroristas". Que nos limitáramos a llamarlos Farc o guerrilla. Pero cómo no usar "terroristas" si siembran minas antipersona (que antes llamábamos "quiebrapatas", pero que también nos pidieron cambiar) cerca a escuelas rurales y que cobran vidas como la de Íngrid Guejia, de 7 años, que murió en mayo de este año en una vereda del Cauca.
Cómo no decirles "narcotraficantes" si son considerados el mayor productor de cocaína del mundo. Solo en el Catatumbo (N. de Santander), pasaron de 2.450 hectáreas de coca a 6.450, dato que expuso en marzo de este año Bo Mathiansen, Director de la Oficina de UNODC en Colombia (organismo de la ONU contra las drogas y el delito).
Sacrificar estas palabras es faltar a la verdad, y usarlas no es atacar el proceso de paz que se negocia en La Habana. El negarlas es no querer dimensionar lo que podría terminar si se firma el tratado de paz con las Farc, y es facilitarle a algunos -guerrilla incluida- el distorsionar la realidad y ahí sí usar las palabras y expresiones que no son.
No se puede caer en el error de satanizar las palabras. Si alguien roba es un ladrón. Si un guerrillero mata, es un asesino, y si ataca a una población civil con cilindros bomba es un terrorista. Salvatore Mancuso es un paramilitar y sus amigos políticos son parapolíticos. Y una mafia es "cualquier organización clandestina de criminales", sea esta en el Senado o en una ciudad como Cartago.
Ya en el 2004 se pasó por una experiencia similar cuando el presidente Uribe, a través de su secretaría de Prensa, quiso aplicar un manual de redacción para unificar los contenidos periodísticos. Una guía sobre cómo se debía cubrir el conflicto armado, cómo referirse a la guerrilla, y demás enfoques que beneficiaron a lo que el primer mandatario llamó en ese entonces "Estado de Opinión". Situación que alentó y que llevó a la invención de un término criminal: Los falsos positivos.
Como dijo el humorista argentino Roberto Fontanarrosa en 2004 durante el Congreso de la Lengua que se realizó en Rosario: "No sé quién las define como malas palabras. Tal vez sean (ellas) como esos villanos de viejas películas -como las que nosotros veíamos-, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros, al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas".
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