El jueves se celebró en Colombia el Día nacional de la memoria y la solidaridad con las víctimas, y hubo marchas en todo el país. Pero fue un sancocho donde políticos, asociaciones, sindicatos, artistas y particulares aprovecharon para defender lo suyo. Unos jóvenes lo hicieron por un deporte desconocido "pero incluyente", Rubén Blades cantó su salsa de protesta en medio de su gira promocional de su nuevo disco, y hasta Maradona vino a exhibir sus labios con botox...
El presidente Juan Manuel Santos marchó por la paz. Por "su paz", o sea, para mercadear su posible nominación a un premio Nobel de Paz. Porque lo que se negocia con la guerrilla de las Farc en La Habana (Cuba) es el fin a un conflicto armado de 51 años, no es la paz de Colombia. Pueden firmar un acuerdo en el que estos subversivos entregan las armas, desmontan sus estructuras y se incorporan a la vida civil, pero ahí quedan la guerrilla del Eln, las bandas criminales y los narcotraficantes. Una más bárbara y violenta que la otra.
Hago énfasis en "su paz", porque es lo que Santos quiere vender. Anunció que extenderá el cese de los bombardeos a las Farc, pues esta guerrilla "cumplió" su promesa de tregua unilateral. Pero quedan dudas. Esta semana asesinaron a tres policías en zona rural de Cúcuta (N. de Santander), y se señalaron a las bandas de Los Rastrojos y a los del Clan Úsuga como los posibles responsables. Sin embargo, ese siempre fue territorio de la compañía Antonia Santos del frente 33 de las Farc. O al menos así lo era hasta que -por las negociaciones en La Habana- decidieron cambiar (o callar) de responsables.
En Puerto Lleras (Meta), territorio del frente 43 del Bloque Oriental de las Farc, también asesinaron a un patrullero. El Gobierno o la Policía no responsabilizó a alguien del hecho. ¿Callan para mantener la imagen de que todo está bien y las treguas se están cumpliendo? Así es difícil creer en un proceso de paz serio.
Pero volvamos a las marchas del jueves...
Hay quienes dicen que el Día de las víctimas se lo perratearon porque los verdaderos dolientes -aquellos afectados por la violencia del conflicto armado- no se vieron reflejadas en las marchas. Se equivocan. Puede que a la fecha la Fiscalía solo tenga a cerca de 370 mil personas registradas como víctimas de la violencia, o que el Gobierno solo registre unos 4 millones de desplazados, pero víctimas somos todos.
Puede que no hayamos pisado una mina quiebrapatas o estado en medio de una toma guerrillera, pero sí hemos sido víctimas de todo lo que tiene jodido a este país y que por ratos lo hace invivible: la desigualdad social que empuja a la delincuencia, el ineficiente sistema de salud, la carencia de recursos para la educación, la investigación y la cultura; la crisis pensional, la falta de infraestructura que encarece los productos, los ladrones de cuello blanco, las mafias empresariales, el abuso del poder, la corrupción política...
Del cinismo de algunos líderes que nos venden la idea de que la paz está muy cerca, pero que ni siquiera se ponen de acuerdo para marchar por ella. De los que buscan robar pantalla para su beneficio -tipo Piedad Córdoba, Roy Barreras, Álvaro Uribe y el mismo Santos-, quitándole el debido protagonismo a quienes debían ser reconocidos el pasado 9 de abril.
Por eso es que al final somos 48 millones de víctimas.
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