El puente que se cayó sobre la carrera 11 a la altura del Cantón Norte en Bogotá, y con un grupo de soldados usados como conejillos de indias para medir su resistencia, dicen, estaba inspirado en los diseños del arquitecto español Santiago Calatrava.
Las obras y estructuras de este valenciano son inconfundibles por la limpieza y estética de su diseño. Muchos quieren imitar su estilo, pero también son muchos los arquitectos e ingenieros que lo aborrecen. La revista de negocios, diseño y tecnología Fast Company publicó en diciembre del año pasado un artículo sobre por qué Calatrava era el arquitecto más odiado del mundo (http://bit.ly/1C6nQvG). La conclusión: en un mundo donde las cosas deben hacerse rápido, con estándares de calidad definidos, con costos moderados, el español es conocido por preocuparse más por la estética que por la eficiencia. Sus proyectos siempre se vuelan del presupuesto (en Dallas, Texas, inauguró hace poco un puente que costó 117 millones de dólares, 65 millones de dólares más de lo que se tenía presupuestado), y además es de la filosofía de que una buena obra puede tardar seis u ocho años en construir.
Contratarlo es un capricho de ricos.
Para ahondar en el dolor de cabeza que puede ser una construcción de Calatrava, el Hufftington Post publicó el año pasado un listado de obras de este arquitecto rodeadas de polémicas: desde fallas estructurales, hasta daño en patrimonio (http://huff.to/1zUzl8M).
Entonces vuelvo al puente de Bogotá. La firma Construtec, encargada de esa estructura que se vino abajo sin siquiera ser inaugurada y que dejó a 42 soldaditos afectados, imitó a Calatrava en todo lo malo. En la demora en la entrega de la obra. En los sobrecostos. En que no era funcional. Y en que quien contrató a esta empresa fueron las Fuerzas Armadas, que reciben el 3,4% del PIB nacional. Un capricho de ricos.
Si a ese "arrebato de estética arquitectónica" que le dio al Ejército a la hora de aprobar esta estructura, le sumamos el reciente historial de fallos de ingeniería nacional (el edificio Space), a la corrupción que se mueve para permitir que se construya en sitios indebidos (como en el sector de Bocagrande en Cartagena), y al "cartel del cemento" que investiga la Superintendencia de Industria y Comercio (que incrementa los precios de una construcción hasta en un 10%, obligando a los constructores a rebajar la calidad del mismo afectando la estructura de las viviendas), ese era un proyecto destinado al fracaso.
Y cualquier estructura del país se expone a esto. Cuando bajo por la Avenida Alberto Mendoza y veo cómo se erigen esas torres de edificios - que parecen palafitos de concreto por las enormes y profundas bases que deben hacerle para poder clavarse en la montaña - en una zona identificada como inestable, me preocupo por quienes compran en esos lugares. ¿Quién les garantiza que en una próxima sacudida de esta ciudad, esas moles no serán un nuevo Proyecto Space?
Además del terreno inestable, de la posible dudosa calidad del cemento usado, y del afán que tienen los constructores por vender, está la mano de obra. Soy de los que defiende la despenalización de las drogas, sin embargo no dejaría que alguien trabado construya mi casa. Si se quiere drogar que lo haga en sus ratos de esparcimiento y sin compromisos adelante.
Varias veces he visto cómo los 'rusos' fuman marihuana y bazuco antes de comenzar su jornada. O a la hora del almuerzo. Cerca a los edificios que se construyen entre el Batallón y San Marcel es fácil encontrar las sobras de las papeletas de bazuco y las pipas hechas con tubos robados de las obras. Y luego se van a pegar ladrillos y a vaciar cemento hechos unos 'Calatrabas'.
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