Se firmó el cese bilateral y definitivo al fuego y de hostilidades entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc, después de más de 50 años dándose plomo. El presidente Juan Manuel Santos y alias Timochenko se estrecharon la mano delante de cientos de testigos, y muchos colombianos aseguraron que por fin la paz había llegado. Esta, sin embargo, todavía está bien lejos.
Antonio Caballero, en su columna La paz. Pero... de la revista Semana (http://bit.ly/28TU0kN) señaló que faltan muchos detalles para llegar a la firma del Acuerdo Final, momento en que sí se acaba la guerra. No solo falta acordar y ajustar detalles pendientes de varios puntos de la agenda que se lleva en La Habana (Cuba), sino trasladar a los guerrilleros a las zonas de concentración acordadas y las verificaciones de la ONU. También habrá más reuniones y más comunicados. Y todavía falta lo que de verdad pondría fin al conflicto: el voto de los colombianos.
Juan Manuel Santos no puede cantar victoria todavía y debería fijarse en lo ocurrido recientemente con el primer ministro británico, David Cameron. En un arranque de populismo motivado por la crisis económica y de inmigrantes ilegales que vivía Europa en 2015 (y para ganar más poder en su partido político), les prometió a los ciudadanos un referendo para votar la permanencia de Inglaterra en la Unión Europea. Y lo propuso a un año (o sea, junio de 2016) como para dejar que el azaroso momento por el que se pasaba en ese entonces se calmara... Cosa que no sucedió.
Ganó el Brexit y Cameron dejará el cargo. Los analistas políticos señalan que el político fue un irresponsable al poner en juego el futuro de la Gran Bretaña de esa manera. Puso por encima su ego, el afán mediático, y demostró falta de pantalones al no querer afrontar la situación de los inmigrantes de Europa del Este que estaban llegando a su territorio.
Se confió en lo que los jóvenes londinenses opinaban en las calles y las redes sociales. Ellos, los menores de 45 años, apoyaban la permanencia en la Unión Europea, pero le sucedió lo que a Antanas Mockus con la ola verde: en el momento de votar no fueron a las urnas. Votaron los viejos. Los que todavía tienen en su cerebro al Imperio Británico y sus colonias. Los de las poblaciones lejanas de la Londres cosmopolita, donde los extranjeros son vistos como una amenaza. Los que no tienen futuro.
Santos debería verse en ese espejo. Antes de asegurar que la paz ya está firmada debería pensar en lo que se viene. Los analistas señalan que pasarán al menos 15 años antes de que se vean los frutos de una Colombia en paz, por lo que no será esta generación la que vivirá en una nación pacificada. Sin embargo, quienes irán a las urnas seremos los colombianos que nos hemos tragado los sapos para que este acuerdo llegue a buen puerto.
A las urnas iremos los testigos y víctimas del terrorismo guerrillero. Los resentidos. Los que no queremos ver a los cabecillas de las Farc en el Congreso, como tampoco quisimos que los paramilitares ocupando curules así fuese en cuerpo ajeno. Los que creyeron en algún momento que la guerra se podía acabar a punta de plomo cuando cayeron el Mono Jojoy, Raúl Reyes y Alfonso Cano, y ocurrió la exitosa Operación Jaque.
La paz no está firmada todavía, falta esa guerra que habrá entre los opositores de Santos y los que dicen que la paz se puede alcanzar de otras maneras (modos que han fracasado anteriormente). Lo que se negocia en La Habana no es perfecto, por lo que hay que dejar a un lado el optimismo desbordado. Además, las promesas que el presidente haga hoy para mejorar su imagen pueden ser la trampa de mañana.
A Santos le puede pasar lo de Cameron que, como dijo el expresidente español Felipe González: "Incendió la casa para salvar los muebles y se quedó sin casa y sin muebles".
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