"Este partido no se debería jugar. Es algo que vengo diciendo desde hace diez años. No se consigue ningún premio. Nosotros hemos jugado maravillosamente bien en este Mundial y podemos irnos con dos derrotas consecutivas. Nos iríamos como perdedores. Es injusto. Solo hay un premio en el Mundial, que es ser campeón. Así que los derrotados en semifinales nos deberíamos ir para casa".
Las palabras las dijo el técnico holandés Louis Van Gaal en una rueda de prensa el jueves. Y estoy de acuerdo con él. Esta tarde se juega el que es para muchos el partido menos interesante del Mundial: el tercero y cuarto puesto. Salvo que suceda algo extraordinario -como el 1-7 que le metió Alemania a Brasil- este partido no representa nada en lo deportivo. Bien lo podrían jugar en las playas de Copacabana con unas cervezas o unas caipiriñas; un picadito entretenido, entre amigos y colegas. Al final, una parrillada y chapuzón en la playa. Eso tiene más dignidad que ver a estas estrellas arrastrar sus piernas por el solo hecho de que la FIFA necesita ampliar sus arcas con la taquilla y los derechos de transmisión.
Leo en la prensa deportiva internacional que los hinchas brasileños están vendiendo las boletas que tienen para este partido porque no les interesa. No quieren ‘torcer’ por ese equipo que hizo un papelón histórico el martes pasado. También que se han despachado varios vuelos hacia Europa cargados de holandeses que, pragmáticos como son, prefieren ahorrarse sus euros y ver "el partido maldito" desde su casa a seguir pagando los descarados precios de hospedaje y alimentación que se vieron en Brasil este último mes.
Es que ni siquiera los jugadores quieren pisar la grama. La estrella holandesa Arjen Robben dijo "¿De qué sirve? ¿Para que un equipo que ha llegado a las semifinales se vaya a casa con dos derrotas y cara de tonto?". Y eso que tiene la posibilidad de ser el jugador del Mundial si hace un papel destacado esta tarde.
Tampoco es un partido que le convenga a Brasil. Puede que el técnico Luiz Felipe Scolari señale que "por orgullo" deben ir por el tercer lugar. Con el juego demostrado hasta ahora, sin embargo, se expone a que Holanda los derrote. Un golpe terrible para esa selección venida a menos y que, según los estadistas, está a un gol de hacer su peor actuación en una Copa Mundo.
Además, perder esta tarde también afecta al Estado brasileño. La popularidad de la presidenta Dilma Rousseff, que busca su reelección en este octubre, se vino a pique tras la goleada. Los ciudadanos estuvieron anestesiados por el fútbol en las últimas tres semanas, pero los siete goles encajados en el ahora conocido como "Mineirazo" les recordó que Brasil está en crisis y que llevan meses protestando por la situación social, por el transporte, por la salud, por la educación, por la corrupción rampante. El mismo ministro de Economía de esa nación, Guido Mantega, no es optimista y dice que hay menos crecimiento y más déficit fiscal.
La sociedad inconforme le pasará cuenta de cobro a Rousseff y su despilfarro. Dice un informe de la agencia de noticias AP que "el costo general de los doce estadios, cuatro de los cuales los críticos dicen que se convertirán en elefantes blancos después del torneo porque las ciudades no los pueden mantener, se disparó a 4.200 millones de dólares en términos nominales, casi cuatro veces el estimado en un documento de la FIFA de 2007 publicado pocos días antes que Brasil fuera elegida sede del Mundial".
Los únicos que parecen contentos con este partido de consolación -y todo lo que rodeó a este Mundial- son Jospeh Blatter y sus secuaces de la FIFA. La revista Forbes publicó un informe en el que señala que esta federación "sin ánimo de lucro" según Blatter, llevará a sus arcas unos 4 mil millones de dólares con este torneo, producto de los derechos de televisión y de comercialización. Casi lo mismo que invirtió Brasil en sus estadios y en coimas para los corruptos. Y ese país no verá un solo real, dólar o peso de ese dinero.
De ahí el interés de que se juegue un partido más, así este no represente nada.
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