Se necesitaba un país que no tuviera el fútbol como circo para desenmascarar a la FIFA. Estados Unidos, que tiene sus propios deportes para copar todo el año -fútbol americano de otoño a primavera, baloncesto de primavera a verano, y béisbol de verano a otoño- tiene al soccer (como llaman a nuestro querido fútbol) como una curiosidad. Un entretenimiento para inmigrantes.
Por eso, sin miedo, los agentes del FBI sorprendieron a esos bandidos de cuello blanco en su hotel en Suiza. Por eso pusieron a temblar al intocable Joseph Blatter con acusaciones de sobornos, corrupción y dineros no declarados, al punto de hacerlo pensar en dejar su cargo de presidente de la FIFA. Por eso no temen destapar más ollas podridas en la Conmebol y la Concacaf.
Pero eso es allá. Acá, en Latinoamérica, la efervescencia de la noticia pasó y el circo de la Copa América nos entretuvo. El fútbol, en su estructura política, volvió a ser lo que era: Una alcahuetería con fines políticos.
El futbolista chileno Arturo Vidal se estrelló en su Ferrari cuando conducía borracho, con exceso de velocidad y, además, insultó a uno de los carabineros que lo detuvo. Allá, en Chile, tienen la Ley Emilia o Ley Cero Tolerancia, firmada el año pasado por la presidenta Michelle Bachelet, y que endurecía las sanciones a los conductores ebrios. Sanciones que van de un año de reclusión efectiva hasta los diez años de cárcel.
Cuatro días después del incidente, Vidal estaba de regreso en las canchas, perdonado por el técnico y sus compañeros, por ser figura en su selección. Perdonado por la afición. Perdonado por Bachelet, que aplaudió su actuación desde la tribuna. Ella necesita de ese circo para acallar las protestas de estudiantes y profesores que al comienzo del torneo acaparaban los titulares. Una vez más, el fútbol está por encima de las leyes y a la orden de los poderosos.
Augusto Pinochet, durante su dictadura, dijo: "El fútbol no se toca". Esto con el fin de que sus escuadrones no desaparecieran futbolistas opositores y los hinchas se fueran en su contra. La premisa del dictador chileno se repitió en el mundo y mientras nos dieran juegos y alimentaran nuestra pasión, la FIFA y sus federaciones podían hacer lo que quisieran, llegando a situaciones obscenas. Como alquilar lujosos apartamentos por 6 mil dólares al mes (12 millones de pesos) solo para tener gatos, cacatúas y disfraces, como lo hizo el expresidente de la Concacaf, Chuck Blazer. O recibir sobornos para feriar mundiales al mejor postor.
La organización Playfair Qatar denunció que para el Mundial del 2022, asignado a Qatar por la FIFA de manera corrupta, habrán muerto cerca de 4 mil trabajadores en la construcción de los escenarios deportivos. "Por cada partido que se juegue en esa Copa Mundo, habrán muerto 62 trabajadores. Es más gente que la que hará parte del torneo", señala esta entidad.
Pero de eso no hay conciencia, como tampoco la habrá hoy en el Estadio Nacional de Chile, centro de fusilamientos y desapariciones durante la dictadura. Mientras haya fútbol, lo demás no importa.
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