Planeta vivo, el más reciente informe del fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), registra varios hechos dramáticos: "Más de la mitad de los animales salvajes que existían en la Tierra hace 40 años han desaparecido (…) Ya hemos sobrepasado 3 de los 9 límites planetarios: pérdida de biodiversidad, cambio climático y contaminación de suelos y ríos por exceso de nitrógeno (…) Si seguimos a este ritmo, en 2030 necesitaremos 2 planetas para satisfacer nuestra demanda de recursos naturales. En 2050, necesitaremos 3".
Estos informes, por lo general, son apocalípticos. Ponen a más de uno a temblar y a replantear su vida. "De ahora en adelante, no más bolsas plásticas. Nada en poliestireno. Me bañaré con agua tirada. Reciclaré...". Surgen una cantidad de pensamientos extremistas que, a la larga, solo aportarán más al desequilibrio ecosocial.
Sí, es una tristeza que el tilacino haya desaparecido. Lo mismo que el dodo, el quagga o el tigre de Java. Pero, también hemos encontrado nuevas especies. Está la pantera nebulosa de Borneo, el caracol fantasma o nuestro olinguito. También una cantidad de hongos, esporas, plantas y microorganismos venidos de los lugares más inhóspitos: el fondo del océano, el espacio. Especies que nos podrían ser más útiles en un futuro que un mamut lanudo clonado, cuyo único destino sería un zoológico, porque ¿dónde lo pondríamos en este planeta recalentado?
Sí, somos unos bárbaros depredadores. Ensuciamos, consumimos de manera desigual, deforestamos, producimos una cantidad de cosas que no se biodegradan con facilidad. Pero se nos olvida que estamos aquí, en este planeta, por un tiempo limitado y desconocemos nuestro propósito en él. Los dinosaurios estuvieron en el planeta 160 millones de años, nosotros -los homo sapiens- apenas llegamos a los 200 mil años. Cuando el brontosaurio caminaba por esta Tierra no se imaginaba que millones de años después su cuerpo deshecho y combinado con otro material orgánico se convertiría en petróleo, líquido que serviría para alimentar nuestros motores y fomentar guerras.
En ese sentido opino lo mismo que el fallecido comediante George Carlin: "Tal vez en un futuro, cuando nosotros dejemos de existir, ese pocillo de poliestireno que nunca se degradó servirá de caparazón a alguna criatura que todavía no conocemos". En unos millones de años nuestra basura podría ser el combustible de alguna especie, el alimento de otra, la causa de guerra de dos razas. Quién sabe.
Pero mientras eso sucede, aquí nos llenamos de pánico con estos informes. Y queremos abrazar a los pandas, volvernos vegetarianos y fundamentalistas del medio ambiente. "¡No a los toros, sí a la vida", pero pobrecito el taurófilo que marche en defensa de esta actividad porque, "limpiaremos a la sociedad de esos asesinos en potencia. Correrá sangre. Huelguistas están advertidos". Al menos así lo dice un panfleto que están repartiendo para evitar una marcha paralela a la que se realizará mañana en Bogotá en defensa de los animales, pero ésta es en pro de las corridas de toros.
También leí esta semana un artículo sobre la tendencia de la comida cruda (raw food), personas que se comen todo crudo sin cocinar y nada de carnes, lácteos, azúcar, gluten... y otras cosas más. Lo hacen para cuidar su cuerpo, sentirse más plenos y cuidar el planeta. Parecen ignorar que el fuego y la carne fueron fundamentales para la evolución del cerebro del hombre. Allá ellos. Igual que los veganos y los que no comen nada "vivo". ¿Acaso la acelga no es un ser vivo? ¿Esperan a que la guayaba caiga del árbol? ¿Y las bacterias y microbios? Comerse una lenteja, ¿no es comerse un embrión de planta de lenteja? ¿No es permitir que crezca una vida? ¿No es una especie de aborto vegetal?
No exagero. Así piensan los fundamentalistas. Llegan a esos extremos y niegan la esencia de nuestro ser, de nuestras necesidades, de nuestra humanidad en función de modas, dogmas e integrismos ridículos. Hoy hablan de Dios y moral, después están quemando libros y más tarde están decapitando "infieles" ante las cámaras como los miembros del Estado Islámico. Gente presa del terror al no querer aceptar lo que es diferente y que llega a esos extremos para justificar su pensamiento.
Entonces matemos a los japoneses que cazan ballenas. A los esquimales que matan focas. A los de ciertas casas farmacéuticas que experimentan con ratones y micos. A los uruguayos por ser los seres humanos más carnívoros del planeta, según un artículo publicado por elmundo.es. A propósito de este pequeño país latinoamericano...
Esta semana Tabaré Aguerre, ministro uruguayo de Ganadería, Agricultura y Pesca dijo en Washington que su nación de 3 millones de habitantes es capaz de producir alimento para 28 millones de personas y su ambición es llegar a los 50 millones en los próximos años. No piensa en invadir un territorio, como tal vez lo haría alguna potencia mundial, lo hacen con agricultura inteligente, eficiente, igualitaria y con un buen uso de la tecnología.
Entonces, ¿necesitamos más planetas como lo dice Planeta vivo que, a través del miedo, increpan a los ecofundamentalistas, o debemos aceptar que hay cosas que cambian y que hay que sacarle el mejor provecho a lo que se tiene?
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