"Allahu Akbar" (Dios es grande) es el grito de batalla de los radicales musulmanes, sean del Estado Islámico (EI), de Al Qaeda, o de Boko Haram, cuando se enfrentan a los infieles de Occidente. Lo nombran cuando decapitan cristianos coptos, reporteros japoneses o mercenarios (que ahora llaman "contratistas") estadounidenses. También cuando saquean aldeas y secuestran niñas, o destruyen tesoros culturales, como las esculturas asirias del siglo VII a.C. que se preservaban en Iraq y que acabaron a punta de golpes y martillazos.
Siembran el terror, matan y justifican su ignorancia e intolerancia en nombre de Dios -de su dios, Alá-. Sus limitaciones como seres humanos las usan como pretexto de que así lo quiso dios. Y rigen sus vidas por normas establecidas por lo que dijo un comerciante quraysh del año 569 llamado Mahoma. Ojo, este profeta no era malo. Malos los que distorsionaron su mensaje o lo tomaron de manera muy literal con el fin de imponerles a los demás cómo deben ser las cosas en el mundo.
Occidente, o sea nosotros, nos crispamos cuando vemos esto. No lo entendemos y lo consideramos de bárbaros y atrasados. Pero no somos muy diferentes. En el fútbol, por ejemplo, es frecuente escuchar a un jugador que tras anotar un gol dice que lo hizo "gracias a Dios". O "la gloria es de Dios", que me parece peor, y al que no encuentro diferencia con el Allahu Akbar.
¿Por qué dudamos de nuestras capacidades humanas y las excusamos como favores divinos? Si un equipo de fútbol paga millones de euros por un jugador sea James Rodríguez, Carlos Bacca o Falcao García, no es precisamente por su fervor religioso. Es porque desde pequeño mostró condiciones (genética y entorno), porque entrena para ser futbolista (pateando balones en una cancha, no con una camándula en una iglesia), y porque sigue las instrucciones del director técnico y el preparador físico (no porque el Deuteronomio lo registre o lo haya dicho el hijo de un carpintero llamado Jesús, hace 1982 años).
Esa pasión religiosa que se vive por estos días en el mundo - allá con el islam, acá con el catolicismo y el cristianismo -, demuestra que no nos tenemos confianza como especie para aceptar nuestros triunfos o asumir las derrotas.
La religión como institución -no la fe, que es otra cosa- es foco de intolerancia e ignorancia. María Luisa Piraquive, del grupo político Mira y líder de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, asegura que un discapacitado no puede predicar desde el púlpito. Tenemos un Procurador que quemó libros que iban en contra de sus creencias religiosas. El periódico El Colombiano sacó de sus páginas editoriales a un columnista por usar la Biblia como argumento de lo retrógrados que somos. Y la formación católica llevó a que nuestra Corte Constitucional no permitiera que las parejas homosexuales adoptaran niños por miedos sin sustento fáctico. Por meras supersticiones y clichés, privan a decenas de niños de tener familia y ser amados. "En la lógica no hay cabida para lo moral", dijo el filósofo alemán Rudolf Carnap.
Mientras sigamos anteponiendo nuestras creencias religiosas a los hechos y a nuestra humanidad, seguiremos matándonos y destruyendo nuestra historia. "La única manera de conocer a una persona es amándola sin esperanzas". No lo dijo Jesucristo, Buda o Mahoma. Fue otro filósofo alemán de la corriente de la ética, Walter Benjamin. El mismo que escribió que "la construcción de la vida radica más en los hechos que en las convicciones".
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