Lo que ha venido pasando durante esta semana nos ha vuelto a poner a todos los colombianos boquiabiertos ante las determinaciones increíbles del presidente Santos, volviendo a ordenar el cese a los bombardeos contra los narcoasesinos, cuando no hace más de dos meses cometieron uno de los crímenes más abominables entre los que han cometido las Farc en la ya amplia carrera de masacres, durante larguísimos 50 años, matando en una vil y cobarde emboscada a once héroes de la patria.
Cómo carajos se les puede creer a unos individuos cuya mayor ambición es seguir acabando con sus mismos compatriotas, además los más pobres y abandonados, sacando hipócritamente la disculpa de que su guerra está dirigida a mejorar la vida de los pobres campesinos, que todos los días tienen que sufrir sus crueles asesinatos.
Mucho se ha hablado de que el arma más efectiva que tiene un ejército, en este caso el colombiano, es la utilización de su fuerza aérea para combatir a los bandoleros que recurren a las tácticas guerrilleras, contra las cuales es muy difícil combatir desde tierra con ejércitos regulares.
Parece increíble que Santos no dé cuenta de la gravedad de su última decisión, cuando nos ha dejado otra vez en manos del enemigo, maniatando a las Fuerzas Armadas y dejándonos en una posición de extremo peligro, como ya hemos tenido amargas experiencias.
Esperemos, con cierto grado de optimismo, que no vamos a tener que sufrir otra vez la traición que ya nos aplicaron y esta vez podamos llegar a tener un incremento de esperanza. Yo personalmente tengo enormes dudas, y a pesar de todo, como de ninguna manera soy enemigo de la paz, como nos califican todos los días los gobiernistas, lo que más desearía en medio de esta tragedia que nos azota, sería poderme sentar en este computador y con verdadera alegría en el alma poder gritar con todo el patriotismo que se ha logrado el tan ambicionado fin de la confrontación.
Es necesario tener cuero de cocodrilo para dejar pasar, sin sentirse herido, todo lo que diariamente nos sucede en un país de gente trabajadora y buena que tiene que padecer, como tantas veces lo hemos repetido, la desgracia de sufrir una permanente incertidumbre ante los ataques cobardes de una manotada de bandidos.
Vuelvo y repito: ojalá lleguemos a una solución a esta tragedia, pero yo creo que, lamentablemente las determinaciones del presidente nos están dejando en manos de gente que ha demostrado durante mucho tiempo que no son de fiar. Tengamos algo de fe en nuestro futuro, pero estemos preparados para enfrentar otro golpe matrero, como el que deben estar preparando los reconocidos bandoleros, a quienes todo el mundo, excepto el gobierno de Colombia, no dudan en calificar de terroristas. Dios quiera que no se cumpla otra vez el viejo dicho de que: a papaya dada, papaya comida.
P.D.: Una esposa es una mujer que trata de convertir un viejo rastrillo en una podadora automática.
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