Desde cuando se supo en forma sorpresiva, como nos tiene acostumbrados el presidente Santos, que el gobierno prácticamente tenía vendida a Isagén, empresa que bien podemos llamar "La joya de la Corona", los conocedores de estos negocios comenzaron a echarle cabeza para tratar de encontrar alguna justificación válida para que se sometiera a una subasta internacional, conociendo la dura situación económica que se nos avecina en el 2016, y lo mal preparados que estamos para enfrentar, el fenómeno de El Niño, el increíblemente bajo precio del petróleo, la subida del dólar, la gravísima época que nos traerá, si es que se llega concretar, el posconflicto, y para redondear, tener que aguantarnos un gobierno incapaz de evitar la corrupción que cada día se convierte más en una verdadera plaga en todo el país. La opinión pública es mayoritaria al decir que no era el momento para feriar esta productiva empresa, sobre todo por el riesgo de caer en un déficit energético que no va a ser fácil de enfrentar estando en manos de una compañía extranjera, cuyos antecedentes, como lo han pregonado los medios, no son propiamente los de las manos más limpias, y por el contrario tiene investigaciones por corrupción en varios países. ¿Será que los vendedores también tienen su rabo de paja?
Otro punto que descaradamente no se tuvo en cuenta fue el de la dependencia del medio ambiente en generadoras de energía de la magnitud de la nuestra, y de que ningún extranjero va a sacrificar la utilidad económica para salvar lo que no es suyo.
Otro punto que nos deja boquiabiertos es pensar en las razones que se tuvieron para hacer esta venta en devaluados pesos colombianos, sabiendo que las perspectivas de devaluación son cada vez ciertas, y nadie se arriesga en un asunto tan peligroso como jugar con el cambio monetario. La explicación que más ha enfatizado el ministro Cárdenas, es que esta platica se necesitaba para continuar los proyectos de las vías 4G. Recordamos claramente que cuando se inició este proyecto, sin duda necesario para el desarrollo, las explicaciones de los ministros de la época hablando a boca llena sobre su certeza de que con las magníficas finanzas de la nación, y el prometedor futuro que teníamos por delante, no iba a ser necesario, jurado en mármol por el mismísimo presidente de la república, imponernos un centavo más de impuestos, y que con los peajes que se recibirían tendríamos plata de sobra no solo para terminar lo principiado, sino para emprender redes de carreteras que les haría dar envidia hasta a nuestros boyantes vecinos.
Y miren ustedes, el milagroso ministro de Hacienda ya le echó el ojo a la plata de Brookfield, y seguro que una buena parte de ella se irá, conociendo a Santos, a repartir mermelada. Decir que será el Congreso el que controlará el buen uso de estos dineros que suben a la enorme suma de 6,5 billones de pesos, es pretender que los gatos cuidarán los quesos, y bien sabemos quien saldrá ganando. Cuando la mayoría está de acuerdo o en contra de algo, como esta dudosa negociación, quiere decir que la minoría despóticamente se quiere aprovechar de algo que no es claro. Todavía, por vías legales y donde hubiera normas y gobernantes honestos, se podría tener alguna esperanza de que la soberanía del país se puede salvar, pero como van las cosas, es casi imposible.
P.D. Hoy en día la fidelidad solo existe en los equipos de sonido.
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