Conversando en interesante tertulia con un grupo de amigos, uno de ellos me preguntó por qué había dejado quietos en mis columnas al demente de Venezuela y a su carnal Diosdado Cabello. Dije que había que dejar descansar un poco a los lectores para no saturarlos con todas las imbecilidades que a diario dicen y hacen este par de funestos personajes, y que son tantas las atrocidades en que están metiendo a esta pobre Colombia muchas altas autoridades, que no queda tiempo ni espacio para repartir en un solo comentario semanal tantas barbaridades.
Para no ir muy lejos, hay casos que producen una ira. Un muchachito se va de parranda con su novia y deciden darle una probadita al bombón en una calle oscura de Bogotá. Unos policías que patrullaban el barrio ven una camioneta estacionada y se arriman a hacer una inspección. Hasta allí, la cosa no tendría mayor trascendencia, porque estaban dentro del vehículo y no dando lora, como pretendió hacer ver la policía. Pero lo delicado fue que cuando le pidieron los papeles al carajito, éste, esgrimiendo su posición de hijo del presidente de la Honorable Corte Suprema de Justicia, según la versión de la Policía, no solamente insultó a un agente, sino que le pegó tremendo puño.
De allí en adelante comenzaron a aflorar las peladuras, de tal gravedad, que todo lo que había pasado hasta ese momento dejó de tener trascendencia.
La camioneta era oficial, y no podía ser manejada por cualquiera. Cuando el "benemérito y supremo juez" supo del incidente, llegó al sitio de los hechos a increpar a la fuerza pública y a defender a su muchacho, cuando lo que ha debido hacer era quitarse la correa y darle un par de fuetazos al hijito irreverente. No contento con eso, dio órdenes a su cuerpo de seguridad para que liberaran a su hijo, y finalmente se montó en el vehículo junto con él y abandonaron el lugar. Algo inaceptable para alguien por su investidura debe ser impoluto, inmaculado, honesto y servir de ejemplo a sus conciudadanos.
Desde hace tiempo se habla de antecedentes poco dignos de mostrar de este juez, de la forma cuestionable como ha manejado las diferentes posiciones con que ha sido honrado, y el amiguismo con que ha nombrado a personas en cargos en los que la pulcritud debe ser el único faro que los ilumine.
Entonces me pregunto cómo podemos responderle al presidente Santos, cuando pregunta qué diablos nos pasa en este país que está tan descuadernado por todos lados. He aquí una de las muchas respuestas que se le pueden dar: Presidente, un país democrático y ordenado debe tener en las más altas posiciones a personas sin mancha, que con su ejemplo lleven las gentes a cumplir con sus obligaciones de buenos ciudadanos y a respetar las autoridades. Si estos principios básicos no se cumplen vamos derecho al despeñadero. Usted tiene por delante más de tres años para tratar de medio arreglar este bochinche, y lo primero que tiene que hacer es proponer y ejecutar un cambio total en el órgano de la justicia, porque con jueces así no puede haber autoridad ni orden.
Varios parlamentarios, públicamente, han solicitado la renuncia de todo el poder judicial y la renovación de buenos y malos jueces de todas las Cortes. Como quien dice, ¡a grandes males, remedios heroicos!
El remezón tiene que comenzar por las Altas Cortes, que es de donde vienen los mayores índices de actuaciones indebidas.
P.D.: Un estado de shock es lo que le sucede a muchas personas cuando salen del hospital y reciben la cuenta.
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