Pocas veces habíamos sentido con más incertidumbre la llegada de un nuevo año, porque lo que se ve venir no está para nada claro. Al contrario, desde fines de diciembre hasta estos inicios de enero todo parece indicar que fuéramos entrando en uno de esos gigantescos tornados, tan frecuentes en los Estados Unidos, con características terribles. Yo quisiera saber a ciencia cierta si el señor Santos está convencido que todo este proceso de paz con las manadas de bandoleros que cada día nos producen más sufrimientos, va a alcanzar unos fines mediante los cuales podamos volver a vivir con tranquilidad.
No voy a ponerme de pesimista profesional, pero si vemos las encuestas recientes nos angustiamos, porque el índice de desaprobación sobre las conversaciones de paz en La Habana va incrementándose en forma alarmante, lo que demuestra, no solo que no creemos en las estrategias del gobierno, sino que las actitudes y falsedades de los bandidos ya han rebozado nuestro límite de credibilidad, y nos queda muy difícil tener algo de esperanza.
En esta situación, estos personajes han contado con una buena dosis de respaldo de la gente, aunque esa confianza increíblemente no se refleja en el apoyo que debería tener el presidente Santos.
Esta dicotomía entre el país y el presidente, a quien se la ha perdido la confianza por la poca claridad que ha demostrado en las encrucijadas en que lo han puesto los enemigos, llegando a límites de haber tenido que recular en infinidad de veces por falta de coraje frente a los ataques de los facinerosos.
Es indigno aguantar a Márquez y sus secuaces amenazando cada rato con romper la tregua que ellos mismos impusieron, como arma estratégica para ganar terreno.
En tres oportunidades han dicho que volverán a sus andadas si el Ejército, cumpliendo con su deber patriótico y constitucional, no los deja tranquilos, en una clara demostración de su poco deseo de dejarnos vivir en una verdadera paz.
Ahora llegan los otros bandoleros del Eln, diciendo que ellos también quieren convertirse en mártires y que están listos a dejar sus masacres con tal de llegar a vivir como sus compinches tomando mojitos en los agradables catamaranes de las playas cubanas.
Lo repito: con tal de que se vayan, aunque les vaya bien. Que el señor Santos entregue a los cabecillas sus pasaportes con todas las visas que les quieran dar sus amigos de Venezuela, Nicaragua, y tal vez Cuba, -aunque esa unión marital cada vez se ve más frágil-, para que puedan seguir gozando de los réditos que en tantos años de delincuencia les ha dejado el provechoso negocio del narcotráfico.
Otro año entre la espada y la pared. Otro año en el que tendremos que enfrentar unas elecciones vitales que nos señalarán un camino de progreso y de paz, o que nos puede llevar a convertirnos en otra Venezuela, para desgracia de un país que merece algo mucho mejor.
Nota: Poco se puede añadir con más amor filial, que el artículo que escribió en La Patria Carolina Martínez sobre la muerte de su padre, ese increíble e inolvidable amigo Jorge Martínez. ¡Era un caballero!
P.D. Enciende las velas, utiliza las sábanas bonitas, ponte la lencería cara. No las guardes para una ocasión especial. Hoy es especial.
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