Como todavía se encuentra en su punto más álgido el gravísimo problema formado por la nauseabunda descomposición de la Justicia en nuestro pobre país, voy a dar otro espacio de descanso a mis amables lectores en lo que se refiere a uno de los tantos asuntos que nos llenan de repudio, por la forma tan descarada y rastrera con la que personajes de semejante calaña arrastran por el lodo de la infamia el prestigio de todo un país, dejándonos ante la faz del mundo como uno de los peores sitios para vivir.
Pero, para colmo de nuestros males, el cambiar de tema no significa que vamos a cambiar de panorama. No, al contrario, ahora seguimos con un asunto, si se quiere más peligroso, porque sus consecuencias pueden ser fatales para el futuro de Colombia. Estamos enterados hasta la coronilla del tan mentado proceso de paz, entre otras cosas porque inicialmente nos hizo el gobierno el lavado cerebral de convencernos, de que la maravillosa decisión que había tomado Santos iba a tener su triunfante final en un periodo que no pasaría de un año de negociaciones, cuando se estaría firmando con los terroristas el regreso a un utópico paraíso, donde los ríos de leche y miel que cruzarían las verdes praderas de la paz borrarían de nuestras mentes las amargas épocas de las permanentes guerras que hemos tenido que sufrir, y ya llevamos más de cuatro años, y el rancho ardiendo. Ahora también los Timochenkos rechazan cualquier cosa que les huela a pagar cárcel por sus crímenes, y niegan que vayan a contribuir con el desminado, porque eso y nada más es lo que están pregonando con sus groseras declaraciones sobre este gravísimo tema.
Pero desgraciadamente las cosas no se han presentado como se quería, y a pesar de que teníamos una buena plataforma de fortaleza para enfrentarnos a los enemigos de la patria, que nos había dejado nuestro anterior presidente, los hechos indican, y ojalá me equivoque de todo a todo, que estos esfuerzos y sacrificios de muchos años van a quedar reducidos a su mínima expresión.
Lo más grave de este oscuro panorama es que se siguen cometiendo errores estratégicos mortales en las conversaciones de paz. Sin duda, y a pesar de los buenos esfuerzos de personas como Humberto de la Calle, a quien vemos acorralado por órdenes superiores, todos los días son más y peores los sustos que nos mete el presidente Santos.
Su última determinación de retirar de la mesa de negociaciones al prestigioso y patriota general Mora y tres altísimos generales del Ejército que le servían de asesores, sin alguna razón válida que el país no solo tiene el derecho, sino que debe conocer, ha hecho que diariamente perdamos más confianza en sus decisiones, creándole una atmósfera de rechazo en el momento en que vaya a necesitar de todos los colombianos para respaldar, si es que lo merece, el arreglo con los facinerosos. Ahora nos viene a decir, con su manida costumbre de recular permanentemente, que de ninguna manera los ha retirado de las negociaciones, pero que tienen que regresar, a explicar a las tropas lo que está pasando en La Habana. Es claro que este tejemaneje lo único que demuestra es que estamos perdiendo terreno a pasos acelerados y que las mayores damnificadas, para nuestro infortunio, van a ser las mismísimas Fuerzas Armadas de Colombia.
Me atrevo a comentar en primera persona, que tuve inicialmente una buena impresión del Ministro de Defensa, pero pasando el tiempo no lo estoy sintiendo con la fortaleza suficiente para rechazar las innumerables reculadas de Santos, quien se ha convertido en un cambiador diario de opiniones. Sin tener en cuenta que la gravedad de la situación obliga a que lo que se necesita en estos tan peligrosos momentos es que deje de lado su prepotencia y su enfermizo deseo de ser ganador de un Nobel de la Paz, y enfrente con más realismo el monstruo del terror que nos tiene maniatados.
P.D.: Mi novia siempre se ríe cuando hacemos el sexo, no importa lo que esté leyendo.
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