Lo que ha sucedido esta semana en este ensangrentado país debería ser el final de una época de sangre, sudor y lágrimas, como lo expresaba Churchill al hablar con la valentía que lo caracterizaba, a un pueblo británico que veía venir a pasos agigantados la terrible hecatombe de la segunda guerra mundial, encabezada por el demente sanguinario más aterrador que ha tenido la era moderna de la historia universal. Sin embargo, a pesar de los miles de muertos inocentes, de las increíbles historias que sufrieron los pueblos sometidos bajo el demente ario, y de que el mundo entero en un momento se unió para acabar con estas desgracias infinitas, tuvieron que pasar casi 15 años antes de poder derrotar las fuerza del mal.
Todo se le podía pasar por la mente a nuestros padres, menos que íbamos a tener que vivir más de cincuenta años de viles masacres, cometidas por bandas de asesinos narcoguerrilleros comandados por individuos desalmados, que solo tienen como meta acabar con la vida de sus compatriotas, especialmente con los que laboran sencilla y honestamente en los campos, y con los soldados que con coraje ponen el pecho, para evitar que se siga esparciendo el mal que tiene azotada a toda la nación.
El Tiempo del pasado domingo destacaba: "EE.UU. y Cuba dejan atrás medio siglo de hostilidades". Todos pensamos que este sería un muy buen ejemplo a seguir por los sanguinarios, y que después de tantas mentiras y traiciones, por fin, el momento de la paz se estaba acercando. Pero, cómo estaban de equivocados los entreguistas, y de acertados quienes nunca creyeron en las falsas promesas con que engañaron, sobre todo a un presidente que llegó a los extremos de entregar al país a manos de los enemigos, al límite de casi acabar con la moral del glorioso Ejército Nacional, que sigue siendo nuestra única salvación en esta oscura noche.
El problema es la mentalidad torcida de los dirigentes, no todos es cierto, de los políticos que anteponen su provecho personal y ostentar un premio Nobel, así sea sobre la sangre de sus copartidarios, antes que convencerse de que la única manera de combatir a los salvajes es enfrentándolos sin temor con las armas que le entrega la Constitución.
Santos está en la más difícil encrucijada de su vida, causada por su misma culpa, y debe estar pidiéndole consejos a su hermano el alma, acólito de todos los grupos revolucionarios, pero respaldado en la inmensa fortuna heredada de su familia. Así quién no se sacrifica.
Curiosamente, tan pronto se conoció la tenebrosa noticia de la cobarde emboscada, uno de los voceros de las Farc culpó al Ejército por haberse atrevido a patrullar una zona, tal vez sin su autorización, protegiendo a los campesinos. Curiosamente, digo, porque a las pocas horas se presentó en la televisión el señor Santos, y su única explicación fue repetir las mismas frases del asesino, para tratar de bajarse del monstruo por la cola. Sin que salgamos del dolor, se comienzan a oír las voces de los mamertos, encabezados por falsarios como el director de una cadena radial, ampliamente conocido, con venenosas explicaciones de la masacre, tratando de justificar el horrendo crimen.
Ojalá que, como generalmente pasa, no todo quede en rendir un minuto de silencio en memoria de los héroes y todos de nuevo a La Habana a gozar de la molicie seductora de los catamaranes y el mojito, mientras aquí las familias lloran a sus seres queridos, sin que nada más pase, hasta que llegue otro cobarde ataque asesino y tengamos que oír las mismas falsedades de siempre. P.D.: La locuacidad es una disfunción de la lengua que sufren algunas personas y que las inhabilita para dejarla quieta, especialmente cuando tú quieres hablar.
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