Se puede decir sin correr el riesgo de equivocarse que, en forma general, entre más adelantado es un país, mejores son las leyes que cubren a los ancianos que lo habitan. Esto que debería ser norma, está lejos de la realidad, porque muy al contrario el menosprecio que siente la juventud por sus ancianos se va incrementando a medida que crece el número de personas que van llegando a esa etapa de la vida y que van formando una carga que se convierte en un fardo muy pesado.
En las antiguas civilizaciones, los gobernantes y las personas que legislaban eran los venerables ancianos de las tribus, a quienes se rendía el más profundo respeto y quienes con sabiduría regían los destinos de sus pueblos, amparados por sus dioses que desde el Olimpo los guiaban. Esta forma de gobierno, basada en el respeto a los ancianos, permitió el desarrollo de grandes potencias que irradiaron su poderío hasta convertirse en los dueños y señores del mundo con una autoridad que muchas veces se convirtió en tiranía.
Las naciones menos civilizadas, y aquí incluyo los aborígenes que habitaban gran parte del mundo, se fueron expandiendo por territorios que más tarde tuvieron que sentir la tragedia de las colonizaciones, también fueron, y aún son, respetuosos de los mayores, hasta rendirles un trato que nunca dejaron que fuera mancillado por algunos de los miembros de la tribu, no importando el poder que estos pudieran tener ante sus congéneres.
Pero lamentablemente lo que podemos apreciar en las épocas presentes está muy alejado de los buenos ejemplos que nos dejaron de herencia nuestros antepasados. Hoy vemos con profundo dolor cómo se incrementa el desprecio contra los que vamos llegando a edades más avanzadas, cuando debería ser al contrario, a quienes se tratara con el mayor respeto y se pusieran como ejemplo sus actitudes, que han sido ganadas con el esfuerzo de una vida muchas veces soportada por el sufrimiento que se incrementa con el pasar de los tiempos.
No es fácil convencer a una juventud rebelde como la actual, que el comportamiento con aquellos que ya llegaron a la tercera edad en medio de sangre sudor y lágrimas, debe guardar un debido respeto y un profundo agradecimiento, porque si bien es cierto que no todo en la época en que vivimos es de color de rosa, y los viejos somos responsables de muchas de las vicisitudes que ellos deben afrontar, el balance al final es favorable a la herencia que les estamos dejando.
He dedicado esta columna a un tema que necesita ser tratado por los jóvenes con toda la atención, por la razón más elemental del mundo: a menos que Dios nos llame antes de tiempo, todos tenemos como futuro cierto e ineludible llegar a viejos, y tenemos que pensar que recibiremos el mismo trato que fuimos capaces de dar.
Da mucha tristeza el ver cómo, después de tanto sacrificio, de tanto esfuerzo y de tanto cariño repartido entre nuestros semejantes, muchos solo reciben en retribución actitudes que no equilibran sus esfuerzos.
Pensar que nosotros fuimos en algún momento personas que tuvimos el poder en nuestras manos, y que ahora nos cierran hasta las puertas de los bancos, o el préstamos para un carrito, o el asiento en un bus, o el derecho a pasar una calle sin ser atropellados o, inclusive, el cálido saludo mañanero, son cosas que golpean el corazón.
¿Algo de nostalgia? Sí, mucho, pero bueno es hacer recordar que también vendrán con los años épocas duras, y que debemos tener una mano amiga que nos ayude cuando sea menester.
P.D.: El juez a la víctima: entonces, ¿cuándo se dio cuenta que había sido violada? La víctima llorando: cuando el banco me devolvió el cheque.
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