Si algo tenemos que agradecer al que desde arriba, a pesar de todo, nos sigue protegiendo de los problemas que nos agobian y que parecen no dejarnos ni respirar, son los éxitos que hemos tenido en los deportes. No quiero decir, Dios me libre, que ha sido gracias al gobierno o a los políticos por lo que hemos logrado que el nombre de Colombia no se haya hundido en el lodo del desprestigio, y que a pesar de todo sigamos siendo respetados por la mayoría de los países decentes de mundo, de los cuales aún quedan algunos cuantos.
Como no soy comentarista deportivo, no me queda fácil hacer un recuento lo más completo posible de lo que ha sido una tabla de salvación, en medio de las tormentas y las avalanchas, que nos mantienen azotados, y al que como una última esperanza nos tenemos que aferrar unas veces con alegría y otras con desesperación.
Esta esperanza, ha sido el deporte en sus diferentes disciplinas. Las noticias recientes que hemos recibido con inmensa alegría de toda esa pléyade de jóvenes que con el corazón henchido de patriotismo han sabido enfrentarse con coraje a sus contrincantes en los campos fértiles del deporte a lo largo y ancho del mundo entero nos han cubierto con orgullo, colocando en lo más alto los colores del tricolor patrio.
Vimos con orgullo, en un país azotado por asesinos, pero que conserva el valor heredado de sus ancestros para enfrentar a sus peores enemigos, cómo esa juventud amamantada por el deporte surge como un faro en medio de la negra noche, brillando con intensidad, para no dejarnos caer en las tinieblas del desespero. Qué felicidad sentimos cuando repican las campanas de triunfo en deportes tan importantes como el fútbol que se bañó de gloria en el certamen deportivo más importante del mundo, en el pasado mundial de Brasil, convirtiendo en ídolos mundiales a un manojo de muchachos que siguen encabezando esa gran esperanza.
Y vienen los héroes de fútbol de salón y en una jornada alcanzan el título de campeones mundiales invictos. Y Catherine Ibargüen, la hermosa negra con una sonrisa de nieve que ha paseado por todo el mundo colgada a su pecho la medalla que la reconoce como campeona mundial de salto triple sin dejar que sus contrincantes ni siquiera se le acerquen. Y esos campesinos de Boyacá y del sur del país y de nuestras agrestes montañas, quienes montados en sus ya legendarios caballitos de acero se pasean arrebatando la camiseta triunfadora a los mismos nativos, que tienen que inclinar sus ambiciones ante el imbatible pedaleo de los colombianos. Y cómo no mencionar a Mariana Pajón, esa belleza la niña de la bicicleta a quien no le caben más medallas ni copas, que confirman que tendremos campeona para mucho tiempo.
Y cuando se presenta algún bache, como nos estaba pasando en el automovilismo, en poco tiempo se recobra ese coraje y ya estamos otra vez a la cabeza de la Indy car, con muchas ganas de volver a triunfar en la Fórmula 1.
Y en disciplinas como el patinaje, que aunque todavía no ha sido homologado para competencias olímpicas, ya ha demostrado que Colombia es la cuna de los mejores valores y que de allí saldrán muchas campeonas más, que nos seguirán dando honor.
Tenemos mucho por rememorar, pero lo verdaderamente importante debe ser que todos esto muchachos sean el mejor ejemplo de una juventud que hasta ahora no ha recibido los mejores ejemplos.
No es todo malo en Colombia, y gracias a Dios tenemos una juventud con honor, con coraje y con una berraquera, que ya quisiéramos que tuviera la clase política, y ahora el poder judicial, antes de que terminen de acabar con nuestra sufrida patria.
P.D.: La holgazanería es algo totalmente disfrutable, sobre todo cuando uno se hace la ilusión de que tiene mucho por hacer.
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