Hace años el expresidente López Michelsen, con toda la sorna del mundo, repetía que uno de los mayores vicios de los colombianos era que cuando estaban pasando sabroso en alguna parte, se ponían de acuerdo para irse a otro sitio a tratar de pasar mejor.
Pues esa costumbre tan arraigada, se nos pegó en todas las actividades, y ahora se refleja, con gran gravedad, en la economía del país. El afán de vitrina de este gobierno ha llevado a una nueva reforma tributaria que va a dar al traste con la política prudente que se venía practicando desde los gobiernos pasados, inclusive desde la primera etapa de Santos, y que nos llevaba por un camino de optimismo, que tenía a Colombia como un país muy atractivo para la inversión extranjera, lo que significaba un desarrollo sostenible, con tal fortaleza, que hemos sido ejemplo para los países de nuestra órbita económica.
Pero la politiquería, que hace estragos en todo lo que toca, apareció con la maña de presionar las aprobaciones de cambios con base en dádivas, que acertadamente llamaron "la mermelada". Esta inmoral forma de gobernar, aunque no es nueva, no solo se ha acrecentado en forma vergonzosa sino que los políticos gobiernistas se han apropiado de esta práctica, a la que han considerado como parte inherente de la política de gobierno, convirtiéndola en una costumbre que lleva a una segura corrupción por su espíritu simoníaco.
La reacción de los gremios económicos contra la reforma tributaria propuesta por el Gobierno ha abierto los ojos de la opinión, y parece que hizo mella en los oídos del ministro Cárdenas, quien aceptó que se debe hacer una reforma estructural y empezar a planearla para el año 2016. Esperemos que las medidas que se tomen mientras tanto no traumaticen lo que está funcionando bien, pero que se podría desarticular muy fácilmente por la forma poco técnica, pero muy politiquera como se están discutiendo.
La reforma que hace trámite en el Congreso, a pesar de sus explicaciones del ministro Cárdenas, va dirigida al corazón de la clase media, que a duras penas se está recuperando de años de una profunda recesión, por lo que se espera que las negociaciones entre el Gobierno y los gremios no diluya en divagaciones eternas, cuyos resultados casi siempre son frustrantes.
Que vayan al grano los responsables, y que la política de la mermelada deje de ser la herramienta inmoral que se usa descaradamente para comprar conciencias y quedar peor de lo que estábamos.
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A pesar de que el tenebroso asunto del secuestro del general Alzate cometido por las Farc sigue siendo un misterio, ya que las explicaciones que han dado no convencen a nadie, no va a ser fácil desenrollar este ovillo, porque nadie va a admitir que sus declaraciones no fueron ciertas. Colombia se ha convertido en un país de mentirosos, lo que por lógica nos convierte en unos incrédulos que no sabemos nunca quién dice la verdad. Estos hechos complican y enrarecen más el ambiente, y estas son la horas cuando nadie sabe realmente qué pasó con el secuestro y la liberación de los militares y la abogada. Muy complicado sigue este asunto, y lo peor es que va a continuar en la más oscura incógnita, como ha pasado con los grandes magnicidios, como los de Gómez Hurtado y Galán, que después de tantos años siguen cubiertos de impunidad.
La justicia en este país está siendo reconocida, y así lo muestran las encuestas, como el órgano no solo más ineficiente, sino el que más inspira desconfianza. Es hora de que los parlamentarios se den un baño de decencia y le metan mano al más importante poder del Estado, sin el cual no puede existir un país viable.
P.D. Hoy en día la fidelidad solo se ve en los equipos de sonido.
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