Este país del Sagrado Corazón ha pasado por infinidad de épocas en las cuales hemos estado al borde de la locura y de las cuales hemos salido por ayuda directa de la Divina Providencia, y también, es lógico, por la maravillosa clase política que Dios en su bondad nos dio. Pero últimamente, digamos desde hace un par de siglos, las cosas se han metido una enredada que al despertarnos nos encontramos con sorpresas de tal magnitud que debemos tomar calmantes para enfrentar los laberintos en que nos tienen metidos la mal llamada clase dirigente, sobre todo los que nos están manejando el partido de balompié en el cual apenas vamos en la primera mitad.
Tenemos que reconocer que hemos hecho los mejores esfuerzos para sacar del lodazal a una Colombia que, comparada con cualquier otra nación del mundo, tiene un nivel de sufrimiento que bate cualquier récord entre los países civilizados.
La situación actual, soportando más de cincuenta años de una hecatombe que nos ha traído las más espantosa época de violencia, está siendo camuflada por el gobierno en forma tal, que casi nos están convenciendo de que estamos próximos a alcanzar una forma civilizada de vivir. Pero pasada alguna tranquilidad, de inmediato nos cae como una tormenta la actitud mentirosa y arrogante de los bandoleros, quienes con la mayor desvergüenza contraatacan llegando a extremos de catalogar como farsantes a los mismos negociadores, quienes por orden de su jefe tienen que quedarse callados y aguantar los improperios con que responden a quienes exponen sus argumentos que la mayoría de las veces están cubiertos de vergonzosa inclinación de agache de cabeza.
El más claro ejemplo de algo que no debería estar pasando es la oferta gratuita que han hecho los hermanos Santos, sin que nadie sepa quién autorizó a Enriquito, el más oligarca de la familia, a arrogarse el cargo de vocero en la más difícil negociación que se haya realizado en mucho tiempo en nuestra patria.
De todas las decisiones de La Habana, la de dejar en libertad a 30 guerrilleros era la que necesitaba la mayor demostración de fortaleza y unidad del gobierno, y no se debería haber dejado esta atribución en manos de un personaje ampliamente conocido por sus tendencias fuertemente comunistoides, sobre todo cuando sabía que los guerrilleros no iban a entregar nada en contraprestación.
El caso es que el cabecilla Timochenko y sus secuaces solo estaban pidiendo la libertad de 30 facinerosos, alegando que están extremadamente enfermos, casi "in articulo mortis", pero como muchas de las cosas negociadas, Santos generosamente sin que nadie se lo pidiera aumentó a 70 el número de favorecidos, y todos tan tranquilos.
¿Qué tal si se decide dejar en libertad a todos los presos comunes de las espantosas cárceles colombianas, porque también están enfermos? ¿Cuántos de ellos, de verdad, deberían estar fuera desde hace mucho tiempo por no haber sido sometidos ni a juicio?
¿Por qué a los narcos, que tanto daño nos han hecho, se las va a dejar libres sin que paguen una sola de sus culpas? ¿Será que así van a ser todas las sorpresas que nos tienen preparadas?
¿Y por qué no dejan en libertad a tantos miembros de las fuerzas armadas que han expuesto sus vidas para salvar la patria?
Todo esto demuestra porque estamos a punto de volvernos locos.
P.D.: La inteligencia me persigue, pero yo soy más rápido.
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