El inicio del año escolar trae consigo la esperanza, y el compromiso formativo de la escuela no puede ser menor a las expectativas, sueños e ilusiones de profesores, padres de familia y estudiantes, menos aún cuando soplan vientos favorables para la paz y la reconciliación. Muchos niños comienzan un viaje maravilloso y misterioso, que les permitirá conquistar muchos amigos, inolvidables maestros y valiosos saberes. En este tiempo de buenos propósitos e importantes expectaciones, quisiera compartir un par de reflexiones que ojalá alienten el entusiasmo y fortalezcan la voluntad de estudiantes y profesores.
A los estudiantes les digo que este nuevo año escolar es un viaje más de los barcos de sus vidas, unas embarcaciones que despegan a mar abierto y cuyos únicos capitanes son ustedes, porque ni sus padres ni sus maestros podremos sustituirlos en dicha capitanía; seguramente seremos parte de la tripulación, pero ustedes no podrán delegar la responsabilidad de timonear los barcos de sus vidas y lo mejor será asumir cuanto antes esta tarea, que no admite ni licencias ni vacaciones, no vaya a suceder que cuando ustedes se posesionen, las naves hayan naufragado. Igualmente les recomiendo diseñar la carta de navegación antes de iniciar el viaje. Todo buen capitán está provisto de un efectivo mapa de navegación que conduce los barcos a buen destino. Las respuestas a estas preguntas serán algunas de las flechas de dirección que deberán contener sus rutas: ¿A qué voy a la escuela? ¿Qué quiero aprender? ¿Para qué estudio? ¿Cuáles son mis metas? ¿Cómo las quiero alcanzar? ¿Qué espero de mis maestros? ¿Qué pueden esperar ellos de mí? ¿Cuál es mi compromiso?
A los maestros, por su parte, quiero invitarlos a que realicen sus mejores esfuerzos para que en el mañana los estudiantes tengan de nosotros la más sincera y profunda gratitud, toda vez que hemos logrado signar en ellos huellas indelebles que llevarán tatuadas en su alma. Un claro ejemplo de agradecimiento es Albert Camus, escritor argelino de familia humilde que logró el mayor reconocimiento de su profesión al ganar el Premio Nobel de Literatura y que inmortalizó bellamente a su maestro con esta merecida carta:
“París, 19 de noviembre de 1957.
Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.
Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Lo abrazo con todas mis fuerzas.
Albert Camus.”
Particularmente considero que un maestro que logre una expresión sentimental de afectos y gratitud como la de Camus, bien puede celebrar con honores la idoneidad de su vocación y suscribir el paz y salvo por todo concepto con la bella tarea de formar. Germain es un ejemplo digno de imitar y nos recuerda que la vocación del maestro está por encima y va más allá de difíciles circunstancias y de infortunadas políticas educativas, tristemente parametrizadas por la milimetría económica y los factores calculadores del mercado.
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