Doña Flor María, una maestra de quinto de básica primaria, les planteó alguna vez a sus estudiantes la tradicional pregunta: “Y tú,¿qué quieres ser cuando seas grande?”. Una de las niñas respondió con vivacidad: “¡Periodista, profe!”. Rápidamente uno de los chicos más aventajados dijo: “¡Ingeniero, profesora!”, y así fueron desfilando una a una las aspiraciones vocacionales de los integrantes del grupo: médicos, psicólogos, abogados, enfermeras, militares...
Cuando le llegó el turno a Ronald, uno de los niños más introvertidos y silenciosos del curso, contestó: “Profesora, yo quiero ser feliz”. Inmediatamente se generó en el grupo un bullicio de risa y carcajadas. La maestra llamó al orden y al silencio, y centró de nuevo su atención en aquella respuesta, invitando a su corrección: “Claro, Ronald, todos queremos ser felices, pero me refiero a la profesión, al oficio a que te vas a dedicar. ¿Serás abogado, médico, ingeniero, profesor?”. El niño guardó silencio y la profe zanjó la situación diciendo: “Él lo está pensando bien, luego nos dará una respuesta”.
Ronald es uno de esos niños que como tantos de nuestro país viven en la desesperanza, la soledad, el abandono y la tristeza. En general, estos niños son el resultado de una familia desintegrada y de una sociedad indolente e inequitativa, pero además son hijos de una patria cuyo gobierno es incapaz de garantizar a su infancia la atención integral a la que tienen derecho como ciudadanos. ¿Qué otro sueño, qué otra aspiración más importante y trascendente puede tener un niño en Colombia en las condiciones de Ronald que su felicidad? Seguro estoy de que su respuesta fue la más sincera, la más sentida, la más urgida, porque ese anhelo de felicidad surgió de lo más profundo del corazón de un niño que clama al mundo un derecho que tendría que ser consustancial a su propia existencia, pero que desafortunadamente las condiciones le niegan y hasta le arrebatan.
Pero la actitud evasiva de la profe Flor María no es gratuita, es nacida de la presión misma de los indicadores que exige el gobierno como política estatal. Para éste lo realmente importante son los aprendizajes de las matemáticas y de la lengua castellana, hay que mejorar las pruebas Saber, es urgente mejorar el ranking en las pruebas Pisa e ingresar a la OCDE es una urgencia nacional. Si poco o nada importan las competencias artísticas, culturales, deportivas y axiológicas, mucho menos importará el grado de felicidad que desarrolla un niño en edad escolar. ¿Cómo medir la felicidad? Sobre este bello tema podría desarrollarse una interesante investigación, dado que a nuestro sistema educativo le ha faltado ocuparse de ello, y porque la felicidad está estrechamente relacionada con la motivación, que implica todos los aprendizajes y el desarrollo de todas las competencias, pues un niño feliz está maduro para la fecundidad cognitiva y fértil para el desarrollo de competencias. No se trata de buscar conocimiento para alcanzar la felicidad, sino de lograr ser felices en la búsqueda del conocimiento y el desarrollo de habilidades; ser felices aprendiendo, mas no aprender para ser felices.
Y es que este asunto del impacto de la felicidad en los aprendizajes no solamente es tratado por la pedagogía, la neurociencia también lo valida científicamente; así lo podemos deducir de diversos estudios neurológicos que se han ocupado del tema. En efecto, el trabajo del doctor Roberto Rosler, neurocirujano, director del Laboratorio de Neurociencias y Educación de la Asociación Educar de Buenos Aires, magistralmente desarrolla los efectos que los neurotransmisores cerebrales (dopamina, endorfina, oxitocina y serotonina) regulados por el sistema límbico ejercen sobre el comportamiento humano en el momento de aprender, y en esta ciudad de Manizales, el ilustre profesor Diego Villada ha desarrollado también importantes planteamientos acerca del tema. Aludo a estos dos académicos como referencia para aquellos lectores que deseen profundizar en el asunto, ya que en este espacio sólo alcanzamos a provocar inquietudes y despertar reacciones.
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