Si miras tu historia, descubres que en algún momento de tu vida ha quedado una herida causada por alguien. Esta es difícil de olvidar y generalmente produce dolor y resentimiento cuando se la recuerda. Así has pasado muchos años de tu existencia, a lo mejor, añorando venganza y hasta alegrándote cuando a aquella persona que te ha hecho daño le va mal por alguna circunstancia.
La venganza era una ley sagrada en todo el Oriente; el perdón era humillante. Hoy la Palabra nos ofrece un principio básico de la vida cristiana para que puedas sanar todos tus resentimientos y alcanzar la paz en tu interior: la reconciliación y el perdón. En el Evangelio, Pedro le pregunta a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?; Jesús le responde: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
Los números utilizados por la pregunta de Pedro y sobre todo por la respuesta de Jesús hablan de un perdón ilimitado. El patrón que se tiene delante, tanto para la pregunta como para la respuesta es el de la venganza: “si Caín fue vengado siete veces, Lamec lo será setenta veces siete” (Gen 4,24). Es decir, a la venganza sin límite, que es el principio pagano, viene Cristo Jesús y enseña el perdón sin límite.
En la parábola que hoy puedes escuchar, un hombre debía 10.000 talentos. Una suma exorbitante: alrededor de diecisiete mil quinientos millones de pesos hoy. El auditorio de Cristo no podía imaginar deuda semejante. Se trata de una deuda impagable. El acreedor ordena la venta de todos sus bienes: él mismo, su mujer, sus hijos, y todas sus posesiones. Pregúntate: ¿cuánto podría valer él mismo, su mujer, sus hijos? Es un rasgo parabólico: el dinero obtenido de la venta de todo y de todos, sería una cantidad ridícula, absolutamente desproporcionada con la deuda. ¿Cuál es la reacción del siervo? Este suplica y promete. Ante esto, el rey perdona toda la deuda; su misericordia le hizo ir mucho más allá de lo que el siervo podía imaginarse.
Ante un perdón así, quedamos sin palabras; no queda sino el asombro ante tanto amor. Sólo que el hombre perdonado, no reaccionó lo mismo con otro hermano que también tenía una deuda con él. La Palabra dice: 100 denarios, hoy 25.143 pesos. Es una suma ridícula, en comparación con la deuda que él tenía con el rey. Sin embargo, este siervo, no perdona a su compañero quien igualmente le suplica y promete; no obstante esto, le obliga a pagar, casi ahogándolo y metiéndolo finalmente en la cárcel. Ante esta crueldad el rey aplica la justicia, le quitó el perdón dado al siervo malvado y lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
La ruptura con Dios, es decir, el pecado, contrajo en ti y en mí una deuda impagable por nosotros. Dios Padre envió a su único Hijo, el cual pagó la deuda por ti y por mí, ofreciendo su vida en lugar tuyo y mío, en la cruz. Deberíamos haber subido tú y yo a la cruz, pero Él lo hizo libremente, por puro amor, sin que tú y yo tuviéramos que hacer algo: absolutamente gratis, sin méritos nuestros. ¿Cómo es que tu y yo, no perdonamos de corazón a la persona que nos ha hecho daño? Esta deuda, es ¡tan ridícula en comparación con la que ya el mismo Dios ha pagado por nosotros! Piensa en tus resentimientos: ¿vale la pena tenerlos todavía? Imagina a la persona que te ha hecho daño: papá, mamá, esposo, esposa, un hijo una hija, un profesor, un amigo, un novio o una novia. Mirándole a los ojos comienza a orar así:… mentalmente dices el nombre propio y repites millones de veces: yo te perdono y Dios te bendiga. Verás cómo llega la sanación de tu herida y el verdadero perdón.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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