¡Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde! Estas son palabras mayores que hoy nos dan la vida porque ellas contienen en su interior una fuerza extraordinaria que viene no de nosotros, sino de Dios.
Fácilmente ante los límites de nuestra vida: enfermedad, vejez y muerte, nuestro corazón tiembla, se acobarda al sentir la impotencia de no poder resolver todas las cosas con sus propias fuerzas. Así me lo decía un señor en el hospital: “Padre, tengo mucho dinero, muchas cosas, pero ahora me encuentro solo, enfermo y experimento que yo no puedo controlar esta limitación ni con todo lo que tengo”.
Llegar al momento final del camino hace replantear lo que hemos hecho, cuánto hemos servido, cuánto hemos amado. Lo único importante es este amor; es tener el Espíritu Santo, porque es lo único necesario para ser feliz. Él te da el don del discernimiento, saber dónde está el bien y dónde está el mal.
El Espíritu Santo lo hemos recibido en el momento del bautismo. Aquel día, se nos dio la fe y con ella la vida eterna, es decir, la posibilidad de vivir felices cada minuto de nuestra peregrinación por esta tierra. Se nos dio la posibilidad de amar como Jesucristo y con este amor alcanzar la plenitud de la vida, que en el libro del Apocalipsis viene expresado como la nueva ciudad, la nueva Jerusalén, aquella que brilla como una piedra preciosa. Es en realidad nuestra vida llena del Espíritu Santo, una nueva realidad, un hombre y una mujer que experimentan la verdadera felicidad, en la cual no existe el miedo, ni la cobardía, porque “en el Amor no hay temor alguno”.
Esta “nueva ciudad”, esta “nueva Jerusalén”, que es tu “vida nueva” resucitada de las aguas del bautismo, está rodeada por una” muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel”. Es la Iglesia, es decir, la asamblea de quienes han dejado lavar sus vestidos en la sangre del Cordero-Cristo y el Cordero es la Luz, es la lámpara que ya no puede apagarse porque ha vencido la muerte, ha vencido la tiniebla, la oscuridad, la infelicidad, la depresión, la pérdida del sentido de la existencia. Por Él, ya no necesitamos un santuario como lo requería el judaísmo, el cual vinculaba la relación con Dios sólo al templo. Ahora nosotros, los bautizados, somos el nuevo templo, construido por “piedras vivas creyentes”, somos templo nuevo del Espíritu Santo, y es por ello por lo que nuestra presencia en el mundo tiene la misión de hacer ver a Cristo Resucitado en medio de la tribulación producida por la enfermedad, la vejez y la muerte. ¡Ánimo! Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Vocacional y Movimientos Apostólicos
Hechos 15,1-2.22-29; Salmo 66; Apocalipsis 21,10-14.2223; Juan 14,23-29
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Él te da el don del discernimiento, saber dónde está el bien y dónde está el mal.
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