Este domingo escuchamos unas palabras especiales: «Presenten los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua. Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza. Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es la vida, triunfante se levanta. ¿Qué has visto de camino, María en la mañana? —A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua. Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en la victoria santa».
Llama la atención en este texto que recibe el nombre de “secuencia”, cómo la vida y la muerte aparecen en “singular batalla”; la muerte ya no reina porque “muerto el que es la vida, triunfante se levanta”. Se descubre así la buena noticia: “La muerte ha sido vencida” ya no tiene poder sobre nosotros. Es alegre noticia porque nos llena de esperanza, ya que lo que en ti y en mí no permite que seamos felices, ha sido derrotado en el “altar de la cruz” por la resurrección de Jesucristo. Dicho de otra manera: Cuando tú y yo experimentamos que no somos capaces de amar y que, por lo mismo, estamos colmados de resentimientos, un sufrimiento se apodera de nuestro ser, aunque de alguna manera intentemos negar su presencia. Es como si un muro impidiera acercarme al otro para mirarle y ofrendarle mi vida. Este “muro” ha sido destruido por la Resurrección de Cristo. Ya no hay barrera que me impida dar la vida por el otro, esto es: “Amar hasta que duela”.
No es de ninguna manera sencillo acercarse a quien has ofendido y pedirle perdón, ya que un latente orgullo impide dar este fundamental paso. Desde el momento en que “comienzo a creer”, como aquel discípulo amado que corrió hasta el sepulcro y “viendo, creyó”, el “yo” desaparece y experimento la capacidad de “morir por el otro”, de tal manera que en el “hermano”, por mi actitud se geste la vida. Al “pedir perdón”, el otro siente en su corazón que también debe tomar parte en este proceso de reconciliación y es allí donde se da la “resurrección” de esta relación.
En este orden de ideas, hablamos de resurrección de los muertos en dos sentidos: el primero es la certeza que aunque un día este cuerpo presente se transformará en cadáver porque deja de funcionar, “no morimos” a causa del bautismo recibido, en el cual se nos ha dado la fe y con ella la vida eterna. De allí que este “ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad”. El segundo es el que corresponde a la vida que surge de la muerte. Sale el joven de su esclavitud, el matrimonio toma una nueva vida, los que no se hablaban a causa del odio, desatan de nuevo las palabras y un abrazo acompañado de lágrimas recupera la amistad. Vuelve el hijo a su casa y el padre retoma las riendas de su hogar; la pareja se abre de nuevo a la vida y deciden tener más hijos, el profesor pide perdón a sus alumnos y los alumnos al profesor, el sacerdote a sus feligreses y el gerente a sus empleados: “La vida triunfante se levanta, la tumba ha sido abandonada: Ha resucitado”.
* Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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