Isaías 50,4-7; Salmo 23; Filipenses 2,6-11; Marcos 14,1-15,47
Rubén Darío García, Pbro.
LA PATRIA | MANIZALES
Comenzamos hoy la Semana Mayor. Han pasado cuarenta días de preparación para la gran fiesta. Si escuchas bien la lectura del libro de Isaías, ella te llena de consuelo y fortaleza, porque si hoy tienes algún abatimiento, esta Palabra viene a responderte para darte una voz de aliento y de ánimo.
Te has sentido sin fuerzas para luchar y sientes que todas las situaciones vienen contra ti. Deseas gritar, tirar todo y huir. Entonces te encierras, duermes más y desconectas tu teléfono. Te has aislado. Ha llegado el sin sentido de tu vida y silenciosamente, deslizándose por tu habitación sin prisa y sin pausa, serpentea el trágico abandono de la muerte.
Es aquí donde toma sentido esta Semana. Dios con su infinito amor, sin méritos tuyos, porque te ama, se mete en el más cuidadoso aposento de tu existencia y te sacude para que despiertes, para resucitarte. Te abre el oído y te anuncia tu liberación.
¿No te has dado cuenta que te ha envuelto el manto de la esclavitud en tus pasiones, apetitos desordenados sin control alguno, búsqueda de ti mismo aún a costa de la muerte de tus hermanos? Pues bien, Jesucristo ha vencido la muerte subiendo en una cruz, madero considerado maldito en el pensamiento judío. Aquello que era despreciable se ha convertido en instrumento de salvación y de vida. Él siendo de condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. ¡
Qué amor llevado hasta el extremo! Para que tú y yo no nos muriéramos a causa del pecado, Él asumió sobre sí mismo todas nuestras culpas y dolencias para que en sus llagas fuésemos curados. Muriendo en lugar nuestro, nos ha devuelto la vida y ha desatado todas nuestras ataduras. Es por esto por lo que debemos hacer fiesta. En la Eucaristía Él se nos da como alimento para que la soberbia, la codicia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza no nos maten. En la cruz encontramos la luz y la fuerza para nuestros diarios combates. Ella da sentido a nuestros sufrimientos transformándolos en abundante bendición: “Hemos sido comprados a precio de sangre”.
Esta semana te ayudará a colocar al Señor en el centro de tu ser. El Jueves Santo celebrarás la Eucaristía con el signo maravilloso del servicio: “el lavatorio de los pies”. Aquí descubres que no naciste para ser servido sino para servir. El Viernes Santo, actualizarás la pasión y la muerte de Jesús y desearás ayudarle como el cirineo a cargar su cruz. El Sábado Santo permanecerás en silencio de espera, realizando un ayuno de esperanza, de fiesta, a causa de la resurrección.
La Vigilia Pascual, el Sábado Santo, será un renovar nuestras promesas bautismales y entrar en verdadera conversión. La luz ha brillado en la tiniebla, la vida se ha abierto paso entre la muerte y se ha manifestado para alumbrar a todos los de la casa. Con palmas agitadas, aclamemos al Rey de reyes.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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